Nicodemo: nacer de nuevo a la Gracia de Dios













Para el día de hoy (10/04/18):  

Evangelio según San Juan 3, 7b-15







Celebrar la Pascua de manera cabal, trascendente, es afirmar la posibilidad de renacer, de dejar de ser esclavos, seguir confiando tenazmente y contra toda lógica en la vida como don de Dios. El Resucitado, ascendido a la derecha del Padre, nos atrae a lo alto, y esas alturas son cordiales antes que físicas. El Espíritu Santo, viento y aliento de Dios, nos eleva y nos hace partícipes de su vida como hijos queridos, con plenos derechos que no merecemos pero que se nos han brindado desde el amor que es su esencia.

Nicodemo era un hombre importante: integraba como miembro de pleno derecho el Sanedrín, que condensaba el poder religioso, comunitario y político de la nación judía como Tribunal Supremo. Su formación religiosa era farisea, y tenía un gran ascendiente sobre sus pares sanedritas, al punto de considerársele un príncipe o notable de Israel a pesar de su naturaleza laica. Destaquemos también que el único límite del Sanedrín se encontraba en el procurador romano y en las legiones estacionadas en la zona que, a su vez, garantizaban la soberanía imperial en desmedro de la libertad de Israel.
A través del Evangelio según San Juan podemos conocer más datos que nos pintan un retrato de su carácter: en un momento espantoso, el del juicio amañado con el fin de condenar sí o sí a Jesús de Nazareth, Nicodemo alza su voz con valentía reclamando se escuche y respeten los derechos del acusado galileo, un ansia de justicia que no puede pasarse por alto. Luego, en las horas durísimas de la muerte del Señor, cuando los apóstoles estaban dispersos y escondidos y sólo permanecían fielmente en pié las mujeres, Nicodemo y José de Arimatea se hacen cargo de la situación, interceden ante Pilatos para reclamar el cadáver y darle una honorable sepultura.

Ese mismo talante puede intuírse en el modo de las preguntas que le realiza al Maestro.
Nicodemo vá de noche al encuentro de Jesús, una visita clandestina pues él sigue siendo un fariseo y un notable que no puede ser visto en público con el nefasto rabbí de Nazareth. Sin embargo, esa especificación del momento no es solamente horaria, sino simbólica: Nicodemo se encuentra en el atarceder de su vida y su alma oscila entre las sombras de una religiosidad cerrada, aferrada a las normas pero escasa de corazón y lejana, distante al amor de Dios, al que suponen gloriosamente lejano, un verdugo de ceño fruncido, un terrible vengador, caminos en donde todo se racionaliza según convenga, la fé, la religión, la justicia y mucho más la injusticia.

Por eso es tan lineal, tan literal en su comprensión, tan mundano. Nicodemo, sin dudas, aprecia con gran afecto a Jesús, al punto de ser un discípulo confidencial, oculto. Él vé al Maestro como un rabbí de la tradición de Israel y no más que ello; aún así, ha debido hacer un esfuerzo inimaginable, pues sólo podía ser rabbí o maestro aquél que hubiera tenido una formación académica reconocida oficialmente, toda una vida erudita y prestigiosa, una cuestión que no se condecía con la pobreza y humildad de ese joven rabbí de las provincias.
El problema, quizás, que para esa mentalidad cerrada -y para todos nosotros también- un Dios tan cercano y un Mesías tan pero tan humano, humilde y servidor es terriblemente inconveniente, pues pone en entredicho ciertos valores rígidos que no son tales y tradiciones inamovibles que más que tradiciones son traiciones.

Por eso la necesidad de nacer de nuevo.
Renacer en una Pascua perpetua de vida y liberación que inaugura Cristo. Renacer a un Dios que es Padre, que nos ama sin límites. Renacer a ese Hijo tan parecido a nosotros, que es nuestro hermano y nuestro Señor. Renacer a la asombrosa Gracia de Dios.

Renacer al Espíritu, que nos revista de nueva vida, que nos conduzca a la Salvación, que nos haga humildes obreros de un Reino que lleva luz allí en donde campean las sombras, anunciar la magnífica noticia de que la vida prevalece por sobre la muerte, y que tiene destino de felicidad y plenitud.

Paz y Bien

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