Mendigos felices de la misericordia de Dios










Domingo Segundo de Pascua - De la Divina Misericordia

Para el día de hoy (08/04/18):  

Evangelio según San Juan 20, 19-31








En términos mundanos y usuales, el apóstol Tomás tiene bastante mala prensa. Se asocia su nombre solamente a la incredulidad, de tal modo que la adjetivación deviene en apellido, Tomás el Incrédulo, desde cierta espiritualidad fundada en juicios de valor que no nos corresponden, pues es prerrogativa de Dios.
No no es ajena tampoco esa tendencia a usufructuar ciertos razonamientos ajenos y trasegarlos sin reflexión, sin rumia propia.

Pero es menester ir más allá de las simples apariencias, buscar sentidos y profundidades.

En verdad, hay una cuestión incontrastable: esos hombres estaban encerrados, revestidos de miedo a lo que pudiera pasarles. Tenían evidencias de la resurrección de Cristo a través de María Magdalena y de los peregrinos de Emaús, más seguían aferrados a sus propias culpas por las deserciones de la Pasión. Una Pascua a medias o apenas declamada no es Pascua sino rito sin corazón ni Dios, y la señal de ello es la puerta cerrada que brinda un sucedáneo de seguridad.
Cristo es la puerta verdadera por la cual las ovejas pueden entrar y salir y encontrar refugio y salvación, y ellos han reemplazado esa puerta vital por un portón vano e inmóvil destinado a impedir accesos y salidas.

En medio de ese mar de miedos se hace presente el Señor. Tal vez no cuente tanto el modo de acceso -estaba todo cerrado- sino que nada hay que pueda obstruir la presencia de Dios, y esa presencia renueva y recrea, despertando de todos los letargos, desatando alegrías, tenaz presencia de un Dios que siempre está junto a su pueblo, en las buenas y en las malas, en tiempos de llanto y en tiempos de sonrisas.

Tomás no se encontraba allí cuando se hizo presente el Señor. No sabemos el porqué, quizás el ambiente era demasiado denso, quizás la angustia de los días pasados comenzaba a desgastarlos.
Si bien no abunda la información, conocemos por el mismo Evangelista Juan ciertos aspectos del carácter de Tomás, rasgos francos y realistas: enterado de la muerte de Lázaro, el Maestro decide ir hacia Betania, hogar de Lázaro, María y Marta. Ello entrañaba enormes riesgos, pues los integrantes del Sanedrín ya habían decidido la suerte de Jesús y lo estaban buscando; la mayoría de los apóstoles, frente a esta situación, sugiere prudencia y, razonablemente, bajar el perfil y no exponerse a peligros innecesarios.
Tomás es la voz en discordia que se erige con coraje, inclusive con un poco de temeridad: él se ha dado cuenta de que es inclaudicable la decisión de Jesús de estar junto a sus amigos de Betania, y prefiere ir a morir con Él a dejarle sólo o razonarse prudencias que, a veces, esconden miedos y cobardías.

La otra ocasión acontece durante la Última Cena. Los Doce no terminan de entender la verdadera vocación mesiánica de Jesús, no aceptan en su corazón al Señor derrotado, no quieren comprender que sus caminos no son los de Él. Seguramente están todos poblados de interrogantes, pero sólo es Tomás quien explicita la pregunta, ¿cómo podrán saber ellos cual es el camino? Cristo es el camino, la verdad y la vida, respuesta directa a Tomás que se extiende a toda la Iglesia.
Por todo ello encontramos en Tomás un coraje inusual, una franqueza magnífica. Aún así siempre hay que andarse con cuidado, pues el realismo se encuentra a un paso nomás del cinismo, y nunca, por ningún motivo, se debe romper la comunión eclesial.

Como sea, la incredulidad de Tomás no refiere al Señor, de ninguna manera. La incredulidad de Tomás apunta más bien a sus hermanos, algo no cuadra, hay algo que no concuerda, no se lee en esos rostros la Resurrección. Así otra vez en franqueza sin maquillaje, expone que sólo ha de creer en la Resurrección del Señor si puede mirar y tocar las huellas de la Pasión.
La fé no suele ser una acción instantánea, sino un proceso de maduración personal y encuentro que surge del amor de Dios, de las primacías de un Dios que nos busca y nos bendice con el creer. En Tomás, quizás, también se exprese esa necesidad de encuentro personal con Cristo para que todo cambie, comenzando por el propio corazón.

Y a partir de allí, renovados y con la vista recuperada, afirmar con estremecedora contundencia que allí esta Aquél que es nuestro Señor y nuestro Dios porque ha visto llagas y heridas y más aún, porque ha descubierto el amor infinito que Dios nos tiene y que Cristo hace presente. Y vivir de acuerdo a ello, Evangelios vivos que palpitan buenas noticias, creyentes tenaces como Tomás.

Paz y Bien

1 comentarios:

FLOR DEL SILENCIO dijo...
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