La Salvación, llamado a todos los pueblos













Para el día de hoy (10/04/18):  

Evangelio según San Juan 3, 16-21









El ambiente de la lectura de este día nos sitúa, como ayer, en el encuentro nocturno y a escondidas entre el Maestro y Nicodemo, una continuación de la conversación precedente en donde el Señor continúa profundizando en el misterio salvífico, en su misión redentora.
El mensaje es soprendentemente esperanzador, durísimo si se quiere, para determinados criterios religiosos que se basan en amenazar de continuo con terribles castigos.
En verdad, si somos sinceros y según nuestros criterios retributivos, lo justo frente a un mundo que se perfecciona en crueldad e inhumanidad y por todas nuestras traiciones o quebrantos, muchos nos volveríamos madera seca, alimento natural del fuego, con toda justicia. Pero la revelación de Jesucristo no demuele la justicia, sino que vá más allá, al corazón mismo del Creador: como si por un momento, con nuestro limitado lenguaje, pudiéramos reflejar ese milagro insondable, nos atreveríamos a afirmar su motivo y su objetivo, amor y Salvación.

Dios nos ha concedido el tiempo de más, que no nos merecemos pero que es fruto de su infinita misericordia, de su amor sin límites, un Dios que nada se reserva para sí sino que todo lo entrega, hasta su mismo Hijo Jesucristo para la Salvación de todos.

Sin embargo no es un Dios de ideas abstractas. El Dios de Jesús de Nazareth es un Padre que nos ama sin medida, y como tal no actúa con indolente indulgencia, sino mediante un divino y santo sacrificio. La creación es también un acto de amor, de separar la luz de las tinieblas, y esa creación es también perpetua bondad en todos los corazones, para que prevalezca la luz de esa verdad que nos hace libres por sobre todas las sombras que nos suelen merodear, la libertad de las hijas y los hijos de Dios.
No es poca cosa: en esa misma libertad podemos aceptar o rechazar el amor entrañable de Dios, y de allí que podamos embarcarnos hacia la Salvación o hundirnos en la perdición, comenzando aquí y ahora.

Otra vez, rondamos lo concreto. Son las obras, los frutos cordiales, las señales de la luz elegida, de que nada tenemos que esconder, de que andamos -aún con nuestras miserias- confiados en ese Padre que nos cuida, protege y bendice, señales de compasión y solidaridad, de justicia y liberación, de vida ofrecida del mismo modo que la vida se nos ha concedido como un inmenso regalo a agradecer en cada despertar.
Y aunque digan lo que digan y hagan lo que hagan, a pesar de los que siguen eligiendo las sombras, a pesar de los tenebrosos que se juegan la vida de los otros en siniestros altares corruptos, a pesar de todo y de todos seguimos en esos esfuerzos que no son pesada carga, sino camino de Salvación.

Porque la Salvación es vocación universal para todos los pueblos, todas las naciones, una invitación sin fecha de vencimiento e incondicional para levantarnos humildemente en humanidad junto a Cristo, hermano y Señor nuestro.

Paz y Bien

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