Iglesia, hogar y comunidad












Para el día de hoy (10/01/18):  


Evangelio según San Marcos 1, 29-39






Siguiendo el modo en que el Evangelista Marcos realiza su relato de la Buena Noticia, Jesús de Nazareth comienza su ministerio al enterarse de los terribles hechos acaecidos contra la persona de Juan el Bautista, un hecho político que tiene su raigambre netamente espiritual.
Él ha sabido leer la impronta de los tiempos, y todo indica que la historia está grávida, a punto de parir la Gracia, el Reino.

Luego, Él se encamina a la cotidianeidad del trabajo de unos pescadores galileos, Simón y Andrés, Juan y Santiago, y los convoca a seguirle. Porque el llamado es personal -con nombre y apellido, nada abstracto- y porque la vocación cristiana es seguir a Alguien, a ese Cristo que siempre se acerca primero.

Posteriormente, lo encontraremos enseñando en las sinagogas y expulsando el mal de almas y cuerpos atormentados. Es un ambiente complicado y peligroso, pues a causa principalmente de los escribas -y en parte de los fariseos- cierto fundamentalismo fué enquistándose en la institución sinagogal, un fundamentalismo que al igual que todos reacciona con violencia frente a lo distinto, y busca la expulsión de la heterodoxia, que en este rabbí galileo es manifiesta.

Al fin, llegamos a Cafarnaúm. Jesús de Nazareth se ha afincado allí, muy probablemente en el hogar familiar de Simón Pedro y de Andrés. El Evangelista lo señala con inusitada precisión, y entendemos que su intención no es determinar un ámbito público -como puede ser el de la sinagoga o el de las multitudes que lo buscan- confrontado al ámbito privado de una vivienda común. La intención profunda es teológica, es decir, espiritual.
Porque en el ámbito del hogar, por esa misma intervención de un Dios que se llega, lo considerado profano se transforma en espacio sagrado, lejos de los fulgores del Templo, distanciada de la rigurosa sinagoga.

Las primeras comunidades cristianas lo sabían: al calor cordial del hogar, crece sencilla y silenciosamente la comunidad.

Muy modestamente, y con una renuncia expresa a imágenes pueriles o románticas, es dable atreverse a afirmar que esta Iglesia que amamos -y que a veces tanto nos duele- suele tener una deuda pendiente de casa, de hogar.
Una casa en donde todos son valorados y tenidos en cuenta, en donde se corre en auxilio del que sufre -como las prisas puestas al Maestro por la salud de la suegra de Pedro-. Un ámbito en donde a veces bastan los gestos afectuosos para poner de pié a los que han caído, en donde no falta la cordialidad.
En donde se comparte con los demás con la alegría de encontrarse y de ser mejores por renunciar a ciertas comodidades. En donde los que se han liberado de condenas cadenas se ponen de pié al servicio del otro, sin importar género o status, sino que cuenta el amor y la compasión.

Una casa en donde Jesús se encuentre a gusto junto a su familia, todos nosotros.

Paz y Bien

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