Abrazar la cruz











Para el día de hoy (08/11/14) 

Evangelio según San Lucas 14, 25-33




En la liturgia de los días previos, la Palabra nos hablaba de mesa, ágape, invitación. Los oyentes atentos del Maestro de aquel tiempo, de éste y de todas las épocas corren el riesgo de aferrarse a esa imagen única, matizándola de cierto tipo de ingenuidad para hacerlo más llevadero y tolerable, cristianos de fé light.
Quizás por ello mismo el Evangelista sitúe a continuación esta enseñanza de Jesús de Nazareth, que no tiene tanto que ver con una secuencia temporal pero sí con una cronología espiritual que es, precisamente, el discipulado.

En cada encuentro con la Palabra de Dios hemos de despojarnos de todo lo fútil, de los preconceptos, de esa tentación de que el Evamgelio se adecue a nuestras pequeñas ambiciones, y muy especialmente, relegar al olvido la persistente tendencia a una lectura literal. La literalidad poco tiene que ver con la Buena Noticia y es causa de todos los fundamentalismos.
Así entonces, una mirada literal del Evangelio para el día de hoy nos puede hacer daño, volviéndonos resentidos, amargados y crueles, es decir, muy poco cristianos, tal es la virulencia de los términos utilizados por el Maestro, su énfasis y su entonación afilada y, quizás, hiriente.

Sin embargo, ahondando un poco en nuestra reflexión y con el auxilio de ese Espíritu que pone luz en nuestras mentes y fuego en nuestros corazones, podamos adentrarnos mar adentro de la Palabra, que siempre es bendición.
Literariamente, se trata de una hipérbole, es decir, una figura deliberadamente exagerada con el fin de que el interlocutor -o, en nuestro caso, el lector- adquiera una imagen o una idea que difícilmente pueda olvidar. No se clara, claro está, de instalar una insana obsesión sino de enseñar.
Porque sobreponiéndonos al impacto inicial, lo que prevalece es el amor a Dios y al prójimo, clave de todo destino.

La clave es poner toda la existencia en camino hacia un horizonte luminoso, porque antes, durante y después está siempre Dios, el Absoluto que dá sentido y resignifica familia, vida, bienes, planes, la totalidad de la existencia.
La clave es que Jesús de Nazareth es quien encabeza la marcha, asumiendo todas las primacías; todos los dolores y todos los costos antes han sido pagados por Él con su propia vida. Y nosotros, asombrosamente depositarios de una confianza que no merecemos, seguimos sus pasos.

Como si no fuera suficiente, a esta hipérbole el Maestro implica la necesidad de cargar la cruz para seguirle. En el siglo I, la cruz era el método por el cual el imperio romano ajusticiaba a los criminales más abyectos, los marginales, los malditos. Así entonces, cargar la cruz significa hacerse marginal, abyecto, correr con la gravosa carga de ser maldecido, a asumir la muerte a manos de los violentos y a causa de ser fieles.
Pero siempre, siempre, quien decide es la esencia misma de Dios, el amor. Por eso la necesidad de abrazar la cruz, pues a pesar de todas las horrorosas miserias de su superficie, esconde en su madera de árbol frutal una Gracia inconmensurable, la de ser otro Cristo que peregrina bendiciendo a todas las gentes, prodigando santidad a cada paso.

Paz y Bien

1 comentarios:

FLOR DEL SILENCIO dijo...

El camino de la propia santificación es el santo misterio de la cruz, gracias.

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