El tenaz y obstinado amor de Dios










La dedicación de la Basílica de Santa María

Para el día de hoy (04/08/17) 

Evangelio según San Mateo 14, 1-12





 La lectura del Evangelio para el día de hoy nos presenta una imagen espantosa, en la que se contraponen como polos opuestos la integridad del Bautista y la corrupta violencia de Herodes Antipas.

Este último, hijo de Herodes el Grande, era tetrarca de la Perea y de Galilea, tierra natal de Jesús de Nazareth.  Era fervorosamente despreciado por los judíos por su formación helenística y su origen difuso, idumeo, extranjero, es decir, un usurpador. Para sostenerse en el poder se valía de tropas mercenarias de ferocidad conocida, pero más aún del ocupante imperial romano, del cual era abiertamente vasallo: la corona que detentaba dependía casi exclusivamente del César y de las legiones estacionadas en Judea y Siria.

Sin enderezar esta mínima reflexión hacia márgenes ideológicos, Herodes Antipas es el arquetipo del poderoso que reivindica la política como pura praxis: la propuesta puede resultar en la superficie tentadora y razonablemente lógica -de allí el afirmar que es el arte de lo posible-. Pero sin embargo adolece del fundamento primordial de la ética. Política sin ética no es búsqueda del bien común, sino solamente búsqueda y acumulación de poder sin limitación alguna, y de allí al autoritarismo, la explotación y el sojuzgamiento del pueblo hay una sola baldosa.

En un momento así, frente a un hombre inescrupuloso y ávido de todo lo que incremente su ya significativo poder -con toda su sombra asfixiante de opresión- el surgimiento de una voz clara y profética como la de Juan el Bautista es un viento de aire puro en un ambiente tan enrarecido.
Juan es un hombre que no se calla, que no vacila en denunciar todo lo que se opone al Dios, aún cuando ello suponga una crítica frontal a la dudosa moralidad del poderoso, aún cuando ello ponga en grave riesgo su misma vida. Juan es un hombre peligroso en su enorme integridad y en su mansa fidelidad incoercible.

Herodes Antipas no le importa nada más que sí mismo, y además de supersticioso, es un esclavo del qué dirán -quizás en nuestra época, denominaríamos a esto como opinión pública-. Por eso, una danza dudosamente erótica es la excusa perfecta para suprimir esa voz molesta a la que el pueblo presta cada vez más atención.

Significativamente, la muerte y sepultura del enorme Juan será para Jesús de Nazareth el indicio veraz y primordial de que ha llegado su tiempo, el tiempo de anunciar que el Reino de Dios ha llegado, que está aquí entre nosotros, que la historia está grávida de la Gracia, que la Salvación se ofrece incondicional a toda la humanidad.

Allí en donde muchos ven signos luctuosos y de dolor, el Maestro descubre subyacentes signos verdaderos de bendición, de tiempo florecido, con todo y a pesar de todo.

Quiera Dios que también para nosotros tanta muerte y tanto dolor se nos transformen en indicios ciertos de una vida que persiste, tenaz y obstinado como el amor de Dios.

Paz y Bien

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