Hablar con claridad




Martirio de San Juan Bautista

Para el día de hoy (29/08/14) 

Evangelio según San Lucas 6, 17-29



La escena es cruelmente infame y corrupta. En la superficie, en el gran salón, un banquete del rey con los poderosos del lugar, los notables galileos, los tribunos romanos, el culto a sí mismo con la excusa del festejo del cumpleaños. Bajo ella, en lúgubre mazmorra, languidece Juan, hijo de Isabel y Zacarías, humilde y profeta, enorme en su integridad, un varón justo atrapado por grilletes graves de fiera injusticia.

La danza sensual y erótica de la hija de Herodías, esposa de Herodes, desata las pasiones de los presentes pero muy especialmente del tetrarca. A esa muchacha que danza seductora -y que el historiador Flavio Josefo identifica como Salomé- Herodes promete todo. Más aún, promete cosas de imposible cumplimiento, como la mitad de su reino: es claro que la autoridad imperial romana, quien detentaba verdaderamente la soberanía del lugar, no iba a autorizarle ceder ni un palmo de tierra a nadie, por ningún motivo.
Pero cuando los rencores se dejan crecer, como esa cizaña que envenena todo el trigo bueno, todo lo malo puede acontecer; aquí nos encontramos frente a una situación de poder. Pues frente a la posibilidad de obtener fabulosos regalos, joyas, riquezas, tierras, Herodías -y por tanto, Salomé también- exigen que les sea entregada la cabeza del Bautista en una bandeja. Herodes no puede desdecirse, ha hecho una fervorosa promesa abiertamente delante de los poderosos del lugar. Pero ello no debe acotarse al prurito supersticioso del qué dirán de Herodes: el Bautista es un profeta que habla con diáfana claridad, que no teme denunciar todo lo que se opone a Dios, todo lo contrario a la vida, toda corrupción.
Una voz tan libre, tan santa, es una voz peligrosa. Y para los que detentan o merodean en los círculos del poder, es una voz peligrosa que debe ser suprimida.

La fotografía que podemos imaginarnos es muy cruel... y muy actual. Lo humano reducido a una cosa -una cabeza en una bandeja-, una persona como un trofeo de venganza, la muerte propinada como un ornamento del cual enorgullecerse. Esas mujeres actúan con soberano desprecio por la vida, y el soberano actúa como si fuera Dios, tomando azarozas decisiones en la ruleta cruel de su omnipotencia, con una liviandad pasmosa, la vida de los demás en sus manos embrutecidas como moneda de intercambio.

Así hemos de plantearnos el hablar con claridad, que es como habla las mujeres y los hombres de Dios, aún con todos los riesgos y peligros que se asoman. Así debemos plantearnos cual es la mesa a la que pertenecemos. Porque en la mesa de Herodes se decide la muerte del justo, y por eso se brinda entre poderosos, mientras que en la mesa del Señor hay lugar para todos, para la fraternidad, para la justicia, para que se celebre la vida.

Paz y Bien

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