Jesús en Hanukkah



Nuestra Señora de Fátima

Para el día de hoy (13/05/14):  
Evangelio según San Juan 10, 22-30


La liturgia sitúa para nuestra contemplación a Jesús de Nazareth nuevamente en el Templo de Jerusalem; se celebraba la Fiesta de la Dedicación -Hanukkah o Jánuca-, y Jesús, totalmente judío y respetuoso de las tradiciones de sus mayores y de la historia de su pueblo está presente, parte de esa celebración.

Esta festividad, que transcurre durante ocho días, es muy cara a los afectos de la nación judía, en ese momento sometida por Roma. Luego del derrumbamiento del imperio de Alejandro Magno, la parte norte del mismo estuvo gobernada por Antíoco IV autodenominado Epífanes, es decir, que se consideraba a sí mismo con carácter de divinidad, y Judea era una provincia más de sus dominios.
Antíoco IV tomó la decisión de imponer todos los aspectos de la cultura helenística en los territorios que gobernaba: precisamente, fué en Judea en donde encontró franca resistencia a esos designios. Esa resistencia fué aplastada sin piedad, con la fuerza de las armas, de cruentos homicidios y de injuriosas humillaciones.

La fé de Israel declarada ilegal, su práctica causal de ejecución sumaria, el Templo profanado una y otra vez, y aquellas mujeres y hombres que permanecían fieles eran sometidos a ultrajes y a la muerte.
Desde una aldea, un sacerdote llamado Matatías se rebela contra la orden real que menoscababa su libertad religiosa, e inaugura una guerra de guerrillas contra el invasor desde las colinas circundantes. A su muerte, uno de sus cinco hijos, Judas, llamado Macabeo -el martillo- toma el mando de la rebelión y al frente de un reducido número de combatientes derrota las ingentes fuerzas opresoras y en el año 164 AC recobra para su pueblo a Jerusalem y al Templo Santo.
Junto con su reconquista, Judas Macabeo y los suyos limpian el Templo, lo purifican y lo dedican nuevamente a su Dios. Su victoria final llegará años más tarde, cuando toda la nación judía vuelve a ser libre, inaugurando una época de paz y prosperidad.

Mucho más allá de una consideración histórica, estratégica y política, Hannukah es una celebración eminentemente espiritual.
Es celebración de un pueblo dispuesto a morir con tal del reencuentro con su Dios, ansias de su cercanía y su trascendencia, hambre de que ese Dios vuelva a ser el centro de su vida, que su santidad todo lo inunde, que su presencia vuelva a ser tangible.

Con Jesús de Nazareth el memorial de la gesta macabea adquiere significado pleno.
Dios se hace nuevamente presente en medio de su pueblo, señal de eternidad y liberación en ese Cristo humilde y servidor que camina y enseña en los atrios del Templo.
Pero es un tiempo nuevo y distinto, y la santidad se desplaza de las piedras suntuosas y de las joyas ornamentales a ese cuerpo que será entregado a la voracidad de la cruz y que por el poder absoluto del amor resucitará. Por Él, cada hombre y cada mujer se revelan templos vivos y latientes del Dios de la Vida, un Dios que continuamente nos llama y nos busca, que nos purifica, que nos libera, que hace que cada momento de la existencia pueda ser santo si nos atrevemos a escuchar su voz y a mantenernos fieles a esa confianza infinita que ha puesto en nosotros, mínimas ovejas cuidadas por las manos bondadosas del Buen Pastor.

Paz y Bien

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