El pan de la fé



Para el día de hoy (06/05/14):  
Evangelio según San Juan 6, 30-35


Esas gentes que rodeaban ansiosas al Maestro no llevaban una vida fácil ni holgada. En su pobreza y en esas duras condiciones de la tierra de Israel, apenas sobrevivían. Y a ello debía añadírsele un cúmulo de normas y preceptos exigidos por la dirigencia religiosa oficial que tornaban impracticables y por eso mismo opresivos, inhumanos, el hombre esclavo de la Ley, el hombre para el sábado y nó el anuncio liberador y desafiante de ese rabbí galileo de que el sábado es para el hombre.

Pero esas gentes no tenían demasiada afinidad para con la reflexión, y desde determinados escalones de poder se procuraba adormecer cualquier cuestionamiento. En afanes de dominio, siempre es apetecible que el pueblo trague dogmas impuestos sin cuestionar ni saborear. Y ellos tampoco se arriesgaban demasiado, y por ello su historia como pueblo no era un acontecimiento vivo que prefiguraba futuro, sino que era un pasado omnipresente, como una afirmación banal de que todo lo pasado -visto de una manera determinada- siempre es mejor. Es un conservadurismo torpe que niega la maravillosa dinámica de la Gracia.

En esa sintonía es que presuponían que estaba todo dicho y hecho a partir de sus antepasados peregrinos por cuarenta años en el desierto, sustentadas sus vidas por ese maná que les llovía y que atribuyen a la invalorable mediación de Moisés.
Sin embargo, Cristo invita a detenerse un momento y despojarse de preconceptos, y a su vez, a leer la propia historia con mirada nueva, con ojos de fé. Sólo así se encuentra el sentido más pleno, sólo así el pasado es tal y posibilita un presente mejor que germina al calor de las almas un futuro pleno.

Como esa multitud, nosotros debemos reemprender el aprendizaje. Aprender a leer de nuevo nuestra historia, descubrir -a veces en torcidos renglones- el pulso firme y bondadoso de ese Dios que jamás nos abandona, y al que lo ofende la falta del sustento básico aún en pleno siglo XXI, y que se desvive para que no nos quedemos en lo circunstancial sino que nos atrevamos a ir más allá. Las doce canastas llenas son canastas de esperanza para los que aún no han llegado, y son signo cierto de la eternidad que se nos ofrece.

Cristo es ese pan que se nos brinda generoso, incondicional, abundante, aún cuando a veces suplicamos sólo unas pocas migas para sobrevivir en estos campos yertos.
Y no está nada mal exclamar, aún con llanto, un ¡tengo hambre! con la confianza de un niño pequeño, que sabe que no será desoído, pues su padre y su madre viven para su bien.

Es imprescindible rogar porque se nos despierte el hambre más profunda, ese hambre del pan de la fé, Cristo mismo que es amor, fraternidad, mesa compartida, acción de gracias en la eternidad cotidiana de la Eucaristía, pan para siempre y para todos sin excepción.

Paz y Bien



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