La samaritana y la sed


Domingo Tercero de Cuaresma

Para el día de hoy (23/03/14):  
Evangelio según San Juan 4, 5-42



Un pozo de agua, en las comunidades donde el líquido vital escasea, es un bien inestimable. Por eso mismo, el pozo suele convertirse, junto a la sinagoga, en centro social de cada aldea o poblado.
Hacia allí se dirige un Jesús muy cansado, agobiado de calor y sed, una imagen tan humana que hasta se nos hace distante de un Dios todopoderoso que gustamos de imaginar, lejano e inaccesible.
 
La hora es inusual e inconveniente. Hacia el mediodía en Palestina hace demasiado calor para tareas tan pesadas como llevar un cántaro y sumergirlo a las profundidades del pozo comunitario para acarrear agua. Quien vá a esa hora, trata de no encontrarse con otros, protegidos a la sombras frescas de las casas. Pero, quizás, esa mujer no encuentre otro momento más propicio.
Ella es mujer y para colmo samaritana, es decir, una enemiga impura de Israel, objeto de habituales miradas de desprecio, y portadora de las restricciones religiosas de su propia cultura, edificada alrededor del templo de Garizim. A menudo, imposiciones restrictivas así constantes conducen a los excluidos al refugio esquivo de ghettos edificados en sus mismos corazones, en mínimo intento de protección frente a un mundo hostil.

Jesús es judío hasta los huesos, es varón y es un rabbí itinerante al que no le importa transgredir ciertas imposiciones culturales, sociales y religiosas si éstas devienen en inhumanas. Santa rebelión frente a las dictámenes absurdos que se escudan tras rótulos de tradiciones a respetar.

El Maestro tiene sed por el camino recorrido y por el calor. Sin embargo, la sed verdadera y más profunda es la de la mujer, una sed que no logra disipar el cambio frecuente de hombres en su vida.
Ella no tiene un nombre citado para identificarla puntualmente, quizás con el designio de que nos volvamos capaces de reconocer a tantos sedientos errantes y olvidados por el motivo que fuere.

Porque el encuentro con Cristo descubre la sed perdida.

Y Él, agua eterna de vida perpetua, hace que no hagan falta más pozos de Jacob. El pozo de agua viva ha de hallarse en las honduras de cada persona.
Y se vuelven relativos el templo de Garizim, el templo de Jerusalem y cada templo de todo sitio frente a la enormidad de la Encarnación: cada mujer y cada hombre son templos vivos y latientes del Dios de la vida.

Ella dialoga con el corazón en la mano con ese Cristo que la busca y la escucha, y eso precisamente es lo que llamamos oración.

Quiera Dios que nunca nos falte la sed. Que el agua fresca, el manantial inagotable está allí, al alcance de todo aquel que quiera beber, sin restricciones ni condiciones, pura gracia.

Paz y Bien



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