La luz, el destino final



Para el día de hoy (30/01/14):  
Evangelio según San Marcos 4, 21-25


Jesús fundamentó gran parte de su enseñanza a partir de lo que había aprendido junto a José y María de Nazareth en el día a día de ese pequeño caserío galileo, que lo cobijó desde su primera infancia hasta los treinta años.
Él sabía bien el valor de las lámparas para los hogares, que por lo general tenían una sola habitación grande para toda la familia. Allí se comía, se dormía, se vivía. El aceite de las lámparas era muy caro, y las velas difíciles de conseguir y también costosas para los pobres, por lo que la única lámpara familiar había de ubicarse lo más alto posible en esa habitación para que todos pudieran iluminarse en plena noche.
A veces, los pobres son los que valoran más las cosas por el esfuerzo en procurarlas y porque nada les llueve. Y desde esa valor, a menudo encuentran respeto, cuidado y trascendencia insospechadas, que establecen un trazo que vá mucho más lejos de lo obvio.

Lo eterno está escondido, paradójicamente, bien a la vista en nuestra cotidianeidad.

En esta sobreabundancia tecnológica que vivimos, lo más sencillo se nos ha perdido de vista. Y junto a ello, esa malsana tendencia que quedarnos puertas adentro, es decir, hablar entre y a los que consideramos propios, mi familia, mis amigos, mis hermanos en la fé.
Nada de eso está mal, claro está, pero en cierto modo negamos tácitamente el sentido y dirección de esa Buena Noticia, que es ilimitada, irrestricta, y está destinada a todos los confines del universo y a todas las gentes. Por ello, mientras sigamos empeñados en hablarnos hacia dentro, nuestras lámparas estarán escondidas en cajones o bajo las camas.

Porque la misión y mandato del Maestro es que la luz de Dios, la mejor de las Noticias llegue con su luz a todos, luz que es liberación, luz que es dignidad sin ambages, luz que es justicia, luz que es alegría.
Luz que es plenitud, que es felicidad, y es la felicidad y no otra cosa ni concepto el destino final de cada mujer y cada hombre.

La luz resplandece en palabras, en gestos sencillos, en la escucha, en el servicio desinteresado, en la solidaridad, en la fiesta de mesa grande y compartida, Dios ofrecido a sí mismo para que nadie deambule en ninguna tiniebla.

Paz y Bien  

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