El Derecho de Dios




Para el día de hoy (16/10/13):  
Evangelio según San Lucas 11, 42-46


(A través de los siglos, el concepto o idea de derecho o justicia de Dios ha sido una continua fuente principal de motivaciones para acciones que poco o nada tienen que ver con el Reino proclamado por Jesús de Nazareth. Así se justificaron acciones en nombre de esa justicia, a menudo acciones de violenta brutalidad, de imposición imperial, del doblegar voluntades mediante el llamado a una obediencia inhumana, pues la obediencia comienza por escuchar con atención -ob audire- y desde el corazón antes que la escucha forzada, la opción poco bondadosa de elegir el mazo rápido y eficaz de la ortodoxia a contrario del abrazo fraterno y misericordioso.

Las palabras del Maestro son durísimas, especialmente para con fariseos, escribas y dirigentes religiosos del siglo I de Palestina; pero la realidad de este Cristo es el hoy perpetuo, y hemos de prestar especial atención a su clamor, y permitir que nos interpele, nos conmueva y nos desestabilice de falsas seguridades.

Así, bien podríamos identificar sin dificultad, con sinceridad, esas ansias de cumplimiento preceptual puntilloso que, simultáneamente, olvida e ignora al caído, al doliente, al que no cuenta. Es el clamor rabioso que grita y exige se respeten los derechos de la Iglesia...pero pocas o nulas veces los derechos de las hijas e hijos de Dios. 
En esos afanes descolla el estricto y exacto cumplimiento de las normas y preceptos, y aunque no hemos de renegar nunca de la disciplina, la carencia de corazón nos lleva irremisiblemente al abismo.

Porque el Dios de Jesús de Nazareth es un Dios asombrosamente parcial. Ama a todas sus hijas e hijos -buenos y malos, justos y pecadores- de manera incondicional e ilimitada, pero se ha puesto abiertamente del lado de los pobres, de los pequeños, de los excluidos, de los que no cuentan.

Una imagen como la que encabeza estas pobres líneas suele tentarnos: un Cristo con una balanza equilibrada en la mano, con sus ojos vendados, empuñando una espada justiciera.
Sin embargo, Jesús de Nazareth siempre ha tenido y tendrá los ojos bien abiertos, nada impone y desoye todo llamado a la violencia. Por eso ofrece su vida en los horrores de la Pasión, para que no haya más crucificados. No hay victoria perdurable que se edifique mediante la muerte de los otros, y el amor a los enemigos es un principio evangélico que aún no campea entre nosotros.

Porque el derecho de Dios se expresa en la compasión y el socorro a los desprotegidos, a los abandonados, a los desechados y ninguneados por el mundo, descartados por todos pero amados entrañablemente por ese Dios que quiere misericordia antes que sacrificios.

El derecho de Dios no requiere códices profusamente elaborados, pues se condensa en el único mandamiento importante, que no es otro que el amor.
El derecho de Dios, aún con nuestras miserias y quebrantos, es magníficamente desproporcionado y santamente irrazonable.
El derecho de Dios es la misericordia que sustenta al universo)

Paz y Bien

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