De la vida como triste cortejo de resignación



Para el día de hoy (17/09/13):  
Evangelio según San Lucas 7, 11-17


(En los hechos que nos manifiesta el Evangelio para el día de hoy, el Maestro se encuentra con un cortejo que se encamina al cementerio a depositar en la tierra su triste ofrenda mortuoria.
Sin embargo, en realidad son dos los muertos y varios más los moribundos.

Esa mujer, viuda ella, ha perdido a su hijo único. La luz de sus ojos ha muerto, y ya no tiene demasiado sentido seguir viviendo. Además, por el simple hecho de ser mujer carece de derechos legales y religiosos: la poca justicia a la que pueda acceder, así como el sustento y la protección provienen de los varones, primero de su esposo y luego de su hijo. Así, con un implacable tristeza a cuestas, esa mujer está tan muerta como ese hijo que el grupo lleva en el ataúd, y al que la muerte ha arrancado de una vida plena, de amores y familia, árbol joven talado sin hesitar.

Ellos son los dos muertos, y a uno lo llevan al depósito de cuerpos en desecho, el cementerio, con mucho cuidado de lo que tocan, toda vez que la muerte es causa absoluta de impurificación y, por tanto, de segregación comunitaria.. La otra, la viuda, ya han asumido que se irá apagando pues la muerte ya se le ha afincado en su minúscula existencia de mujer excluida.

A la vez, los integrantes del cortejo son, en cierto modo, una multitud de moribundos que le hacen coro al dolor. Ellos no alivian las penas ni brindan su consuelo, ellos se han resignado ante lo que parece inevitable, ellos se rinden a lo impuesto porque les han enseñado que las cosas son así y nó de otra forma. Para ellos una lápida es la puntada final de esta mortaja que llamamos existencia.

Así solemos pasar por la vida, como un triste cortejo resignado, doblegados por todos los imposibles que nos hemos enclavado a lo largo de los días.

Sin embargo, como aquella vez nos vuelve a salir al paso Jesús de Nazareth con su santa irreverencia, con su asombrosa esperanza, con su inmensa y entrañable ternura que ante todo, aplaca esas lágrimas que ahogan, y sana esos ojos que sólo saben de llantos y no de amaneceres nuevos.

Y a todo se atreve.

Aunque esté establecido que está mal, que no se debe, que debes aguantarte las consecuencias, el se acerca allí en donde la muerte campea para que se despierte lo muerto, para que nos resucite la esperanza, para rehacernos en la mirada amplia con el corazón grande porque con la Gracia todo se puede.
La voz fuerte de Cristo nos sacude las fieras modorras para que volvamos, día a día, instante a instante, a despertarnos erguidos, íntegros y dignos a una vida plena)

Paz y Bien


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