De los cuatro rumbos



Para el día de hoy (25/08/13):  
Evangelio según San Lucas 13, 22-30


(La pertenencia religiosa tiende, históricamente, a la exclusividad de los bienes divinos; quizás sea un modo de auto respuesta a esas inquietudes primeras de la humanidad en cuanto a prolongar la vida, a superar la muerte, a la trascendencia. 
En ese plano expresamente religioso, la pertenencia garantiza de modo diverso el pasaporte a la redención, en el sí para nosotros y no para otros. La redención es para los propios, que nunca para los ajenos.

En esa afirmación típicamente convencional es que le expresan al Maestro la pregunta que sigue la misma lógica, y para determinar el número y más aún, los quienes de la salvación.

Pero para Jesús de Nazareth la pregunta es falaz, pues necesariamente cualquier respuesta presupone una conclusión errónea; el mismo silogismo conceptual previo no puede desembocar en verdad alguna. Por eso mismo Él no responde esa pregunta directamente, y la afirmación que realiza a continuación es muy peligrosa: que sea posible la Redención tanto para judíos como para paganos y gentiles es una locura y una blasfemia que excede lo imposible y ha de tener violentas consecuencias para el rabbí de Galilea.
Es un desafío en el mismo rostro de la seguridad exclusiva de los judíos, y es una profecía desestabilizadora de todas nuestras comodidades en las que solemos refugiarnos.

La clave/llave de la historia humana revelada por Jesús es que Dios es Abba, es Padre, es Madre y por ello ese Dios no distingue entre propios y ajenos desde una pertenencia o adhesión. Ese Dios sólo vé hijas e hijos en los cuatro rumbos del mundo y de la historia. Y a esos hijos no se les otorga castigos, sólo afecto, sólo amor, sólo Salvación.
La Salvación es don y misterio que se ofrece por ese amor esencial de Dios a toda mujer y todo hombre por igual, incondicional y generosamente.

Sin embargo, esa ofrenda universal -no es otro el significado literal y espiritual de católico- no implica un más de lo mismo, una laxitud ética, un relativismo existencial. 
La puerta de la vida plena y eterna siempre está abierta, el mismo Cristo la sostiene e invita. Más acceder no es sencillo, esa puerta es estrecha.
Es menester renegar abiertamente de todo egoísmo y de toda soberbia, esas capas disvaluadas que nos sobredimensionan, que nos inflan los egos.

Para acceder hay que reconocerse hijos y, por ello mismo, hermanos de los otros hijos)

Paz y Bien


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