La mesa de los despreciados





Para el día de hoy (05/07/13):  
Evangelio según San Mateo 9, 9-13



(No es casual que en las situaciones vocacionales –convocatoria y llamado- se tenga memoria en los Evangelios de los nombres propios de quienes el Maestro convoca. A veces también hasta se menciona a los padres, su oficio, su carácter.
Es que el llamado es siempre personal, jamás es genérico ni abstracto. Cristo llama a mujeres y hombres concretos, de carne y hueso, con sus virtudes y defectos, únicos e irrepetibles, y el signo de ello es el nombre que los/nos identifica.

Este hombre llamado Mateo era publicano, es decir, parte de la burocracia instituida por el ocupante imperial con el fin de recaudar tributos para Roma, tributos que eran extenuantes sobre todo para los más pobres, para los campesinos, pescadores y artesanos.

A su vez, era usual entre los publicanos las prácticas extorsivas y usurarias para rédito propio: ellos aprovechaban su poder y posición para provecho propio –algunos amasaban cuantiosas fortunas-, toda vez que la evasión y la rebelión impositiva era considerada por Roma como sedición. Y en la zona estaban estacionadas dos legiones que se ocuparían rápida y violentamente de ello.

Por todo ello los publicanos, si bien judíos, eran considerados por sus paisanos seres con la misma estatura moral de las prostitutas, y no ocultaban su odio hacia ellos. Desde el lado de la ortodoxia religiosa, también estaban soslayados: su contacto habitual con extranjeros romanos y con sus monedas los volvían impuros totales y, por ello, indignos de participar en la vida comunitaria y religiosa de Israel.

Aún con todo ello, el Maestro pasa por el lugar de trabajo de este publicano. Los signos están allí, las señales están a la vista de quien quiera percibirlas: Mateo se encuentra sentado a la mesa en donde ejercía el cobro de los impuestos, y cuando Jesús pasa y lo invita, se pone de pié y lo sigue. Es una vida apagada por sus miserias, un muerto por el pecado que ha renacido y por ello se levanta.

Cuando Cristo se hace presente, la vida se renueva y recrea.

Sin embargo, los rótulos y sambenitos que los publicanos tenían se hacían extensivos también a sus hogares. Nadie en su sano juicio iría a su casa ni, mucho menos, se sentaría con ninguno de ellos a compartir la mesa.
Jesús de Nazareth rompe todos estos esquemas y desafía cualquier lógica desde su corazón sagrado e inmenso. No sólo se sienta a la mesa en la casa de Mateo, sino que comparte pan y vino con otros repudiados, que la Palabra identifica como pecadores: estas personas así descriptas eran personas cuyas faltas o miserias eran de conocimiento público, y como tales se las execraba y proscribía. Por ello difícilmente serían convidados a ningún sitio.

La mesa grande del Maestro, precisamente, se nutre primero de todos aquellos a los que nadie invitaría usualmente a comer. Es misión de rescate, oficio de compasión, tarea de misericordia, y la Iglesia se vuelve cada día más parecida a Aquél que la sostiene cuando a su mesa se sientan, ante todo, los despreciados de todo sitio, por el afecto entrañable de ese Dios que se des-vive por nosotros)

Paz y Bien


1 comentarios:

José Ramón dijo...

Ricardo Es esencialmente interesante pasear por su blog y ver sus textos Feliz fin de Semana Saludos

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