Las ofrendas de los pobres


Para el día de hoy (11/11/12):  
Evangelio según San Marcos 12, 38-44

(Las palabras que pronuncia allí, en el Templo de Jerusalem, son mucho más duras que su virulenta literalidad. Está hablando de escribas, de letrados, de aquellos que detentan el poder religioso en Israel, aquellos que preceptúan la ortodoxia y enseñan al pueblo cómo y de que manera han de relacionarse con su Dios, los modos autorizados y correctos.
Es un golpe terrible que tiene varias facetas.

Ellos gustan de ostentar vestidos imponentes, en afán de ser reconocidos y respetados -pura apariencia-, y ansían los primeros lugares en la sinagoga y en los banquetes; no es solo una cuestión de egos engordados, sino que ellos -especialmente ellos- se ponen por delante de todo, es decir, importa que los vean y reconozcan a ellos antes que ver y reconocer al Dios al que dicen representar. Además, Él ya lo había expresado en varias ocasiones: las cosas del Reino les pertenecen a los últimos, a los que se hacen servidores, a los que ceden el sitio, por ello su actitud de aferrarse a los primeros sitios nada tienen que ver con la Buena Noticia, son diametralmente opuestas.
Sin embargo, y como si ello no fuera suficiente, a estos profesionales de la fé los pone en brutal evidencia: sin vacilar los acusa de corruptos, de saquear los bienes de las viudas bajo un manto de religiosidad, abusando de su status y su poder. La afrenta es gravísima porque el Dios al que dicen representar es un Dios que abiertamente está del lado de los pobres, los pequeños, los indefensos. Ese crimen es temible, pues al ofender a los pobres se agravia al mismo Dios.

Aún así, con esos fuegos que se le encienden y nada puede apagar, Jesús de Nazareth no pierde su asombrosa capacidad de mirar y ver.
Ella es mínima que casi ni se vé, una mujer muy pequeña en ese Templo enorme. Es mujer, por lo cual en lo social y religioso es irrelevante, no cuenta, no tiene más derechos que el de ser madre, ama de casa y esclava dócil de los deseos del esposo. Es viuda, no tiene a su lado un varón que la proteja. Es pobre, apenas subsiste. Pero el Maestro la vé en medio de la multitud, y no solo vé su figura, mira y vé las honduras de su corazón.

En ese sector del Templo se encontraban grandes cepillos o alcancías llamadas gazofilacios, de amplias bocas metálicas por donde se arrojaban las limosnas destinadas al sostenimiento del culto y los sacerdotes y a la asistencia de los menesterosos. Por esas bocas, solían los ricos y poderosos volcar importantes sumas de dinero en monedas varias, las cuales producían un ruido característico al caer en el tesoro del Templo.
Ella echa dos leptas, dos moneditas -un par de centavos-, nada en comparación con los ricos. Pero para Jesús, ella ha dado muchísimo más que todos los demás, pues dá todo lo poco que tiene y que representa su pan, su sustento.

Es la maravillosa ilógica del Reino, en donde cuenta más lo que se dá a pura bondad antes que una cuantiosa suma de lo que viene sobrando.
Ella confía plenamente en su Dios, y sabe que aunque parezca muy poco lo que dá, tiene un valor eterno y sin dudas es socorro y auxilio para los más pobres, hermanos cercanos suyos. Al verla, el Maestro se conmueve y enseña a los suyos.

Por impulso del Espíritu, hay muchas almas así, viudas y viudos pobres que rebosan solidaridad y confianza. Son los pobres, que cuando comparten trastocan en silencio toda estructura de miseria, de egoísmo y de fatal resignación, que se brindan porque saben que ese Dios multiplica panes y pan para todos, que dan todo porque conocen el dolor de la panza vacía y del ser ignorados.

Quizás como familia creciente, esta Iglesia que amamos y que a menudo nos duele tanto, debamos enviudar de tantos matrimonios de conveniencia con poderes y ostentación, de lucros y grandezas mundanas y volvernos así de solidarios, reconstruirnos en bondad y rehacernos silenciosamente en solidaridad.

Que sólo somos apenas un par de moneditas mínimas, pero que tienen la virtud escondida de multiplicarse de modo inmenso cuando hacemos de la existencia un bien a compartir con el otro, cuando el corazón reniega de cualquier interés mezquino y se hace hermano y edifica prójimos.
Allí el mundo comienza a transformarse)

Paz y Bien



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