Había que estar allí

Nuestra Señora de los Dolores

Para el día de hoy (15/09/12):
Evangelio según San Juan 19, 25-27


(Había que estar allí.

Ese hombre que agonizaba en el patíbulo de maderos cruzados, moría casi en soledad.

La religión oficial y predominante lo había excomulgado por blasfemo, por impuro, por loco. Y ahora se llegaba al extremo de los desprecios, pues todo condenado a la horca o a la cruz era automáticamente considerado un maldito.

Para el poder imperial se volvió un peligroso alborotador y subversivo: es preferible liberar a un violento Barrabás antes que a ese rabbí manso galileo.
La cruz responde a la eficacia romana a la hora de matar; la cruz es patíbulo romano por excelencia, los devotos de la ley mosaica tienen otros modos muy distintos -especialmente la lapidación- para deshacerse de los condenados peores.

Había que estar allí.

La vida que se le apagaba se aparecía como un fracaso total, abandonado por sus compañeros, negado expresamente por otro, vendido y traicionado por unas pocas monedas por alguien muy cercano que recorrió junto a Él años y caminos.

Había que estar allí.

Ella no se había ido. Permanecía de pié junto a la cruz junto a otras mujeres y al discípulo amado, ese discípulo que los que saben identifican con Juan, pero del cual deliberadamente se omite su nombre. El discípulo amado somos tú y yo, todos y cada uno de nosotros, la comunidad, la Iglesia.

Ella soporta el peor de los dolores: ver, impotente, como muere ante sus ojos un hijo, su hijo, malherido por la tortura, consumido por esa cruz voraz, el Hijo que se creció en su seno puro y humilde y puro desde un amor infinito, el mismo del parto en una cueva de animales, el que crió y vió crecer en Nazareth, el Hijo del que se volvió la primera y mejor discípula.

Ese Hijo, en ese momento supremo, se desprende de todo.
Hubiera sido razonable que que se aferrara a sus afectos primordiales, para aliviar -tal vez- el horror de su sufrimiento. Pero Él ni siquiera retiene a su Madre, y por eso mismo la llama Mujer, y la entrega confiado al discípulo que ama y en el que confía.
Ella es una mujer sin casa, y desde ese momento su hogar estará en donde estén los hijos, su casa será la de los discípulos que la reciban.

Mujer vestida de sufrimiento, María de Dolores que, sin embargo, se mantiene firme desde una fidelidad asombrosa.
Es la Mujer que es ante todo Madre y Madre fiel, y que es signo cierto de que el amor prevalece, aún cuando la muerte ande campeando, aún cuando loa noche más cerrada se cierne ominosa sobre todos los crucificados de la historia.

Ella sigue en pié junto a nuestras cruces, para que nos atrevamos a regresar a la vida)

Paz y Bien

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