De insolvencias y gratitudes



Para el día de hoy (20/09/12):Evangelio según San Lucas 7, 36-50

(Si nos atrevemos a recorrer el ascendente camino de la sinceridad, hemos de descubrir la pesada carga de todo el mal que portamos -eso que llamamos pecado-, tanto lo que hemos infringido al otro como nuestras gravosas omisiones. A veces, es más doloroso el bien que no se realiza antes que el dolor que se aplica.
Así, hemos de descubrirnos totalmente insolventes frente a Dios, mendigos permanentes de su perdón y su compasión. Porque si seguimos lógicas de justicia según nuestra razonabilidad, sinceramente no tendríamos escape.
La magnitud de nuestras deudas es tal que, en ese criterio, se tornan impagables.

En el Evangelio para el día de hoy nos encontramos con dos deudores, Simón el fariseo y una mujer innominada a quien precede una muy mala fama. Esos dos deudores -todos somos tales- tienen dos posturas muy distintas y contrapuestas con las acreencias que mantienen para con el Dios de la Vida.

Simón se sabe pecador, pero en su universo de miras estrechas infiere que ganará el perdón si cumple estrictamente con leyes y normas piadosas que lo volverán puro y santo: no hay lugar en esa mentalidad para la intervención milagrosa de Dios, basta con cumplir con exactitud los preceptos y sabernos especialmente buenos, los mejores, los que nos salvamos si nos purificamos.

Esa mujer tiene una actitud contrapuesta: se ha enterado que Jesús de Nazareth se encuentra en la ciudad, que está próximo, que se ha aprojimado a sus miserias. Ella descubre que Aquel que anuncia la mejor de las noticias y es portador de la asombrosa misericordia de Dios está allí.
No sólo es repudiada por los pretendidamente buenos; ella misma se reconoce quebrada, imposibilitada totalmente de hacer algo para lograr el perdón de todo lo que lesiona su alma. Ella se diferencia de Simón porque reconoce que el perdón no se adquiere, el perdón es don de Dios que escandaliza a almas de miradas estrechas y que se expresa en la mirada inmensa de Jesús.

Tiene una actitud de inefable coraje: ingresa en un ambiente que le es decididamente hostil y adverso, pleno de desprecios, pero la moviliza su confianza en Aquél que primero nos busca, y quizás los colores primordiales de la fé sean ese coraje y esa confianza que nos despiertan de cualquier comodidad y nos impulsan a atravesar muros muy inhumanos.
Se ubica detrás del Maestro, casi escondida y en los márgenes de la cena: no sólo se encuentra excluída socialmente, sino que también se margina de todo protagonismo. En el gesto amoroso de secar los pies ungidos del Señor con sus cabellos, también descubre su cabeza en un indudable gesto de no esconder su condición de mujer de mala fama. 
Ella unge al Maestro con perfume, lava sus pies con sus lágrimas y los seca con sus cabellos: son todos gestos de amor y ternura que acontecen como gratitud por saberse perdonada, por descubrir a través del rabbí galileo que Dios ha condonado una deuda impagable.

La actitud de Simón rebosa de escándalo porque en su fundamentalismo cruel no tolera ni la condición de esa mujer, ni que Jesús la admita como hija y hermana a la mesa, ni que se perdonen sus pecados.
En realidad, lo que no acepta la maravillosa Gracia, el amor misericordioso e incondicional de Dios para con todos y no para con unos pocos elegidos, y por ello mismo no agradece y se vuelve incapaz de comprender y agradecer.

El perdón es lluvia fresca que renueva estos desiertos que somos, y la misericordia de Dios es infinitamente mayor que la peor de nuestras miserias. 
Porque es Dios quien sale a nuestro encuentro, un Padre que busca a sus hijas e hijos perdidos, una Madre que se desvive por los extraviados)

Paz y Bien

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