El hijo de María


Para el día de hoy (08/07/12):
Evangelio según San Marcos 6, 1-6

(Él regresaba a lo que conocía, a su ambiente, a su querencia. Se había criado allí, había jugado con los otros niños del pueblo, sus manos se encallecieron en faenas artesanas, en el esfuerzo cotidiano de arrimar algo al sustento familiar.

Sábado de sinagoga: como todo varón judío, tiene derecho a comentar frente a la congregación -precisamente ésa es la traducción literal de sinagoga- los textos sagrados. Sin embargo, Él dá un paso más; Él se pone a enseñar la Palabra desde la luz de la Buena Noticia a sus paisanos.

Ellos no pueden salir de su estupor: lo conocen o creen conocerlo demasiado bien como para tolerar que venga ahora con pretensiones de profeta, de maestro, de autoridad de parte de Dios. Y, claro está, reniegan de sus milagros: no aceptan que esas manos cuarteadas de tekton sean capaces de sanar enfermos, de realizar milagros con la fuerza de Dios.

Ese Jesús tiene su misma tonada galilea, lo han visto cotidianamente durante treinta años, saben que no ha concurrido a los pies de ningún rabbí de nota como discípulo y carece de formación teológica, no puede venir ahora a plantarse en tren de autoridad y magisterio.
Además, tienden a denigrarlo al nombrarlo como hijo de María, sugiriendo que es un varón sin padre; la identidad judía se define desde los padres, nunca desde las madres.

En realidad, la irrupción de Jesús de Nazareth les quebranta la rígida estructura social y religiosa en la que se sienten cómodos y seguros, pero es un armazón que deja todo establecido, que no admite ninguna novedad, que se afirma a partir de esas normas de pureza y exclusión en un rigor tan estricto que cualquier actitud de renuevo es motivo de escándalo y repudio.
A partir de allí nada será lo mismo en su ministerio, y nada será igual cada vez que se rechaza la frescura maravillosa de la Gracia y del Espíritu.

Ellos querían descalificarlo especialmente al sindicarlo como hijo de esa mujer, María.

Sin embargo, cuando reconocemos a Jesús como al hijo de María de Nazareth, nos acercamos a su entrañable y profunda humanidad, esa que lo hace tan nuestro, tan cercano, tan Dios con nosotros.
Y quizás entonces, con el auxilio de ese Espíritu que lo impulsaba y sostenía, volvamos a escuchar a tantas profetisas humildes de nuestros días, a los profetas de nuestros barrios, a aquellos que nos despiertan de los sopores de las costumbres con la frescura de la mejor de las noticias, voz de Dios que nos vuelve a llamar a cada instante)

Paz y Bien

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