Cuando nos cruje la quilla






Para el día de hoy (13/04/12):


Evangelio según San Juan 21, 1-14


(Los discípulos, ateridos de tristeza y dominados por ese miedo que los circunda, han regresado a su Galilea de los comienzos. Ese regreso no es solamente físico: a pesar de haber andado junto al Maestro por más de tres años, de haber bebido su Palabra, de haber compartido el pan, a pesar de todo luego de la Pasión ellos regresan a lo viejo, a lo pasado. Se habían convertido en pescadores de hombre, y sin embargo deciden regresar a ser pescadores de peces. Solemos hacer lo mismo en cada quebranto que nos sucede, solemos aferrarnos a lo que ya pasó, a las falsas seguridades de antaño, resignando el coraje y la confianza que implica un tiempo nuevo.




Algunos de ellos deciden embarcarse, junto a Pedro, en ese viejo oficio que tan bien conocían. Eran pescadores expertos -toda una vida en ello- pero a pesar de sus esfuerzos, la noche les resulta infructuosa. Así pasa con nosotros y le pasa a la Iglesia cuando olvidamos a Aquél que todo lo hace fecundo, cuando creemos que por nuestra pura praxis todo lo hemos de conseguir, cuando nos embarcamos en esforzadas militancias en busca de adeptos, olvidando la brisa santa de la Buena Noticia.




El Maestro camina por las orillas del mar de Galilea aún cuando ellos no advierten su identidad, y sucede algo asombroso: esos expertos en pesca aceptan el consejo de un desconocido, un consejo al menos extraño, que en circunstancias mejores no habrían aceptado de ninguna manera, tan en contrario era a su experiencia. Sin embargo, lo hacen y la red -en oposición a la noche estéril- desborda de peces sin romperse, y la pequeña barca exhala su queja por el sobrepeso.


Entonces, el discípulo amado descubre que el causante de esa pesca increíble es el Resucitado que está allí, junto a la orilla. Es el amor el que nos hace descubrir y redescubrir los rostros de quienes creemos perdidos o escondidos, y el discípulo amado podemos ser vos y yo, tú y ella, todos y cada uno de nosotros.




Jesús espera en la orilla con un buen fuego, un pescado a las brasas y un pan para compartir. Es ese mismo Dios que nos cuida a cada paso, con una delicadeza inexplicable, sin imposición y siempre ansioso por servirnos y aliviarnos de todos los hambres.




A veces, la quilla de nuestra existencia suele crujirnos, y sin saber porqué nos vemos insospechadamente colmados de tanto, de vida abundante que, en nuestras mezquindades, no solemos buscar.


Cuando la existencia nos grita así, no hay dudas: es la presencia del Resucitado que nos devuelve a una vida frutal, plena, éxodo de toda noche, red que nos mantiene con vida a tantos sin romperse.


Él nos espera paciente en la orilla de la vida, y para reconocerlo hay que tener la mirada renovada por el Espíritu de la caridad)




Paz y Bien





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