De cruz, pérdida y derrota

Para el día de hoy (17/02/12):
Evangelio según San Marcos 8, 34-9, 1

(En los tiempos de la predicación del Maestro, la cruz no era desconocida o abstracta: era el horror y el espanto concretos, bien conocida por el pueblo de Israel. A través de ella, el imperio romano ejecutaba a los criminales más marginales y abyectos, y no es un dato menor: los judíos ejecutaban a sus condenados por la lapidación, en las afueras de la ciudad.
De aquí podemos atrevernos a reflexionar acerca de las circunstancias que rodean a la crucificción del Señor, y de que también -de acuerdo a la ley- el crucificado era considerado un maldito mayor.

Por ello aceptar la cruz de Jesús y la propia implica aceptar ser un marginado, un maldecido; sin embargo, no como consecuencia única e inevitable de un destino fatal preescrito ni como voluntad fatal de un dios vorazmente sediento de sangre.

Nuestro Dios, el Dios de Jesús de Nazareth es Padre y es Madre de todos.

Habitualmente, nos horrorizan documentales y filmes históricos en donde se narran hechos de sacrificios humanos en tiempos pretéritos, efectuados para aplacar iras y conseguir voluntades de fieros dioses. Sin embargo, es una práctica demasiado actual, tristemente mantenida hasta nuestros días: en el altar del dinero y del egoísmo seguimos sacrificando al prójimo.

El camino de la Buena Noticia es un camino de pérdida aparente, de resignar todo mezquino interés personal, de buscar satisfacer las propias necesidades para asumir como propia la necesidad del otro, su dolor y su pobreza, su marginación y su miseria, para que nadie falte al banquete de la vida.
Es asumir la derrota aparente de la muerte, sabedores de que indefectiblemente la vida prevalece.

No es grato, y derriba demasiadas figuras idílicas que nos han impuesto y que hemos asumido acerca de eso que llamamos el Reino de Dios. Porque seguir los pasos de Jesús -cristianismo, Iglesia- es atreverse a la derrota, a la pérdida, a la marginación y a la cruz para que nadie más sea un chivo expiatorio, para que no haya más crucificados.
Es la irreverencia increíble de la Gracia y la fuerza imparable del amor sustentada por el Espíritu de la Vida y la libertad. No hay amor mayor que dar la vida, porque no hay vergüenza sino ofrenda generosa y desinteresada para que, al menos, uno permanezca con vida)

Paz y Bien



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