La geografía de la Salvación

Para el día de hoy (07/01/12):
Evangelio según San Mateo 4, 12-17.23-25

(El Evangelista se explaya en detalles específicos de pueblos y ciudades desde donde el Maestro comienza su enseñanza y su increíble revelación de ese Dios que nos ama.
Esto no es pura crónica histórica ni, mucho menos, un añadido casual: son deliberadas señales espirituales.

Jesús se ha enterado del arresto del Bautista, y se retira de Nazareth a Cafarnaúm, quizás por la tristeza que se le desata, quizás porque intuye que tiempos duros se asoman en su horizonte. Pero a pesar de ello, no se quedará ni se recluirá.
Ese momento de soledad es para tomar impulso, y para continuar la misión del maravilloso Juan: en Jesús destellan todas las promesas, pero aún así Él también bautizará al modo de Juan, y anunciará la necesidad de la conversión.

No hay contraposición ni competencia en los caminos del Espíritu, antes bien todos tenemos nuestro lugar único e importante...y es algo que quizás no hemos sabido valorar en su trascendencia.

Mateo detalla: Zabulón, Neftalí, Cafarnaúm, Transjordania, la Galilea toda.
Galilea de la periferia, de los márgenes, de la sospecha perpetua de heterodoxia e impureza.
Jesús de Nazareth, el Cristo, es un rey muy extraño y lejano a esas imágenes que gustamos pintar o portar, las de Imperator Rex, las de un Cristo victorioso que derrota a sus enemigos de manera rotunda.

Es tan extraño que no traba combate para capturar la capital enemiga, signo seguro de la derrota de sus oponentes. Él prefiere ir por la periferia, por zonas marginales, por esos bordes sin valor aparente. Allí comienza todo, su ejército se compone de cohortes de pescadores, publicanos y prostitutas convertidas, leprosos y enfermos recuperados.

Sus victorias se celebran en esos sitios impensados, allí donde mora la eternidad, eso que llamamos cielo.

El mal que oprime es derrotado: no hay caídos, hay levantados de sus postraciones. Rara victoria en un hombre que es Dios y rechaza cualquier violencia, imposición o derramamiento de sangre franco. Se reserva para Él el sacrificio mayor de la cruz, pues nadie -absolutamente nadie, ni el criminal más abyecto- debe ser pasto del fuego de la violencia.

¿Qué haremos¿ ¿Qué diremos?
Quizás debamos volver a esos márgenes sospechosos, a la periferia de la que todos reniegan para que haya un nuevo comienzo, esos lugares en donde toda noticia carece de novedad y toda noche es mala, para reconstruirnos en fidelidad, para anunciar la mejor de las noticias, la liberación y la salvación que ya está entre nosotros)

Paz y Bien

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