El mejor de los contagios

Para el día de hoy (04/01/12):
Evangelio según San Juan 1, 35-42

(En Juan, en Jesús y en los discípulos, en la Palabra para el día de hoy, predominan las miradas, miradas profundas que van más allá de las apariencias vanas y que llegan a la esencia, a lo verdaderamente importante y definitorio.

Juan ha visto que en ese galileo humilde y anónimo que se arrima a su altar de corazón y río está el Espíritu de Dios: quizás él no sabe su nombre aún, pero reconoce que ese hombre es el Esperado, en el que se cumplen todas las promesas, Aquél que es el Cordero de Dios, memoria y presencia de comunión y liberación.

Juan tiene una integridad insuperable, ni la violencia de Herodes conseguirá doblegarlo. Pero además tiene ese actitud maravillosa -que es menester reconocer en tantos- de quien ha cumplido su misión, de quien encontró su plenitud sirviendo y no ansía nada más. Por ello señala a Jesús a los suyos para que lo sigan con la mirada encendida de fé y esperanza. Juan disminuirá pero su luz no se apagará jamás, sigue resplandeciendo hasta nuestros días.

Juan señala a Jesús a dos de sus compañeros: uno es Andrés -pescador el hombre, hermano de Simón Pedro- y el otro, deliberadamente, permanece anónimo para que todos y cada uno de nosotros nos descubramos allí y pongamos nuestros nombres.
Ante la señal del Bautista, ellos se ponen en marcha y lo siguen: ese galileo ha despertado en ellos esperanzas adormecidas, ese rabbí sacia su sed y colma su hambre. Por ello mismo, la vocación cristiana sea ante todo movimiento, despertarse, descubrir a una persona anda por nuestras orillas y es nuestra Salvación antes que la adopción de una idea o la adhesión a una doctrina.

Andrés y nosotros le preguntamos -Maestro, ¿donde vives?-, y no es una mera inquietud domiciliaria: son las ganas de saber en donde lo podemos encontrar a diario si perdemos el rumbo, en donde está Él habitualmente, cómo hacer para que ese andar primero se multiplique en toda la existencia.

La respuesta de Jesús no puede ser más contundente en la verdad ni más esperanzadora en el impulso: Él inquiere con ese -¿qué buscan?- la busqueda más profunda, la superación de toda fotografía mezquina, el éxodo de cualquier construcción que nos hagamos de un Cristo a medida de nuestros deseos.
Aún así hay más, siempre hay más.
Vengan y vean es un magnífico desafío, una estupenda invitación a ir mar adentro de la rutina, a navegar en nuestras frágiles barcas con rumbo a un horizonte cierto e infinito pues no naufragaremos, la noche ha finalizado.

Con los ojos encendidos de esperanza y los pies ligeros de alegría, Andrés se apura a comunicarle a su hermano Simón Pedro lo que ha descubierto y especialmente, a Quien ha descubierto. Y esto tiene un efecto increíblemente multiplicador: Simón Pedro también se moviliza, hasta el punto de tener un nuevo nombre -Cefas- quizás significando que el encuentro transforma desde la raíces al punto de ser nuevas vidas que se despliegan, nombres nuevos para hombres nuevos.

Desde allí, podremos comenzar a hilar que la evangelización sea ante todo una alegría que se comparte y no se oculta, una experiencia comunitaria que nace desde un encuentro muy personal, tan personal que se vuelve contagioso, el mejor de los contagios, ese que no puede detenerse y que sigue hoy siendo clave y llave de todo despertar: vengan y vean que no estamos solos, que el tiempo es fruta madura, que no hay que resignarse, que Él al fin está allí invitándonos a diario a cambiar la vida y con ello, toda la historia)

Paz y Bien


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