Las señales del pesebre y los pañales

Natividad de Nuestro Señor Jesucristo

Para el día de hoy (25/12/11):
Evangelio según San Lucas 2, 1-14

(Los datos históricos no son cuestiones prioritarias a la hora de sumergirnos en las aguas buenas de los Evangelios; por lo general, tienen una intencionalidad que está más allá de la crónica historiográfica.

Pero estos hechos -el imperio regido por César Augusto, Quirino gobernador imperial en Siria, el censo que se determina para establecer cuántas almas se someten a la autoridad de la espada romana- nos reorientan la mirada hacia lo verdaderamente importante, y es que Dios interviene en la historia humana en un momento concreto, en un pueblo específico. La Salvación no es un hecho abstracto ni una elucubración más o menos profunda, sino que acontece en la vida de hombres y mujeres concretos, encarnándose en el devenir de su existencia.

Si nos detenemos en su humildad y sencillez, los podemos mirar, ver y acompañar.
Esos jóvenes esposos judíos y pobres encaminándose a Belén para cumplir con los menesteres del censo, con esa panza enorme, ya con las urgencias del parto cercano. Es que los bebés -éste y todos- no andan posponiendo los arribos.

La angustia de la urgencia, y el rechazo del posadero. Sólo un refugio de animales les queda. La angustia de José, hombre hábil con sus manos en la madera pero que ahora no sabe qué hacer, teme por la mujer que ama, teme por el hijo que llega, le pesan muchos los gravosos pudores de su cultura. María, muchacha con sabiduría de mujer, mamá primeriza que debe aprender todo de golpe -¿cómo habrán cortado el cordón?-, parto de apuro sin partera ni doctor, sin lecho cómodo ni sábanas limpias.
Pero el Bebé nace, y la Madre agotada lo envuelve en pañales y lo recuesta en el pesebre, dispuesta a darle el pecho, leche de bondad y ternura, el hecho milagroso de la vida que se renueva en cada nacimiento.

Allí cerca acampaban al abrigo de la noche unos pastores que se turnaban para cuidar los rebaños. Sinceramente, uno no los invitaría así nomás al nacimiento de un hijo reciente: no visten mejores ropajes que ciertos andrajos de pieles con costurones sucesivos, el perfume que portan no es recomendable para bebés, al estigma de la pobreza le suman una fama de ser amigos de lo ajeno.

Es de suponer el buen susto que se llevan: un Mensajero se les aparece en plena noche para avisarles que les ha nacido un Salvador, el Mesías esperado por siglos y que lo encontrarán en un pesebre, envuelto en pañales. Justo a ellos, pero precisamente por ser ellos el Mensajero transmite la Palabra de Aquél que los ama y prefiere por sobre todo: esa Palabra no deja espacios al temor, esa palabra es el fin del miedo y el comienzo de la alegría que no terminará jamás.

Dios ha venido. Dios con nosotros.
Las señales para encontrarlo están allí: no destellará en los palacios, en la grandeza de los templos, en la opulencia de las celebraciones. Está esperándonos, llorando de frío y hambre, un Salvador que se ha hecho uno de nosotros en nuestra fragilidad, un Dios que quiere ser acunado en lo profundo de nuestros afectos primeros, un Jesús que viene a nacernos humilde y sencillo pidiendo permiso porque no ha encontrado demasiados espacios, un Redentor amigo indeclinable de los que nadie quiere y nadie invita.

Hay celebración en el cielo porque Dios nos ama sin condiciones, y la Gloria de Dios se expresa cuando edificamos la paz y la justicia desde ese pesebre y esos pañales, un Bebé Santo que transforma la historia.

Feliz Navidad que nos nace hoy)

Paz y Bien

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