De apropiaciones y despojos

Para el día de hoy (30/10/11):
Evangelio según San Mateo 23, 1-12


(Nos gusta mucho la pompa y el boato: nos aferramos con fruición a lo multitudinario, es decir, se nos ha vuelto imprescindible las ansias de mostrar y demostrar/nos que cuando nos reunimos somos muchos, muchísimos, y acumulamos una fuerza compacta y demoledora de nuestros enemigos.
Es claro de que no se trata de denostar esa necesidad de pertenencia e identidad; sin embargo, es menester recobrar la identidad evangélica, el carisma de Buena Nueva de Jesús de Nazareth que a través de la historia nos hemos esforzado con denuedo en desdibujar y disfrazar a través de juiciosos razonamientos, la apropiación de la Palabra por unos pocos en aras de la ortodoxia, justificando cuestiones que lejos están del espíritu del Reino.

Podemos caer en una tentación cuando leemos la Palabra para el día de hoy: la de volvernos hijos perpetuos de la crítica inmisericorde, vacía de compasión en una postura anárquica y cuasi adolescente que juzga con dureza a la jerarquía por la jerarquía misma.
Sin embargo la Buena Noticia no puede alambrarse ni acorralarse en determinados parámetros de exclusividad.

La interpelación vá dirigida a los apropiadores de toda la historia, los pasados, los presentes y los que se están formando y preparando en el detentar el poder religioso en desmedro de sus hermanos.
Esta interpelación se nos puede hacer ingenua, y adquirir ciertos visos románticos o utópicos ¿acaso podremos sobrevivir sin jerarquías ni estratificaciones eclesiásticas claramente definidas?

Habrá que animarse a la santa locura del Reino que nos ofrece nuevamente -a diario- el Resucitado, esa ilógica que más allá de todo razonamiento nos dice que la felicidad radica en despojarse de lo inútil, de lo que perece para dejar espacios a lo trascendente y eterno, a despreocuparnos de títulos y prebendas y recuperar lo verdaderamente valiosos de nuestra identidad primera, y que es el servicio, la entrega generosa y desinteresada.

Volverse hermanos como nos insiste el Maestro, y aunque en apariencia signifique ir a contramano de toda costumbre, tradición y razonabilidad, implica que los pequeños y los que nadie escucha son el centro de la atención de toda comunidad, y que no hay tarea más urgente que la de aliviar tantos hombros cansados de cargas que se han impuesto con puntillosa exactitud; entonces sí, tal vez, podamos comenzar a descubrir que eso que llamamos Iglesia es una familia grande de hermanos y amigos, en donde los primeros son los que han negado fervorosamente a sí mismos para que el otro viva, una Iglesia en donde todos cuentan y en donde los primeros son los que han sido abandonados y olvidados a un costado del camino)

Paz y Bien


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