Dos piedras, Iglesia y existencia

Para el día de hoy (04/08/11):
Evangelio según San Mateo 16, 13-23


(En estos tiempos nosotros -modernas mujeres y hombres tan actualizados- hemos olvidado, quizás, la importancia del nombre propio. En un pasado no demasiado lejano, los nombres revelaban el ser, la identidad, una magnífica costumbre milenaria probablemente originada en el siglo Vº antes de Cristo en la Grecia Clásica, la Atenas de los filósofos, el logos primero.
Si esto lo trasladamos a esta lectura del Evangelio para el día de hoy, entenderemos mejor ese paso del Shimon bar Jonás -Simón, hijo de Jonás- al Cephas o Petrus con que lo bautiza el Maestro: el pescador galileo será ahora Pedro, pescador de hombres y roca firme para sus hermanos.

Su vocación -que es la nuestra- es ser piedra y fundamento para sostener a su comunidad, a esa asamblea santa que edifica ante todo el Maestro y que llamamos Iglesia; la firmeza de esa roca será más duradera a partir de la ilógica del Reino, desde el servicio y la pobreza aferrados a la Palabra, piedra angular que por sí sola es frágil y quebradiza pero que sin embargo se hace cimiento con la fuerza insospechada de la Buena Noticia.
Esa misión petrina se ha ido desdibujando a través de la historia, adjudicándose a una sola persona y, a la vez, tervigersando su trascendencia al concederse erróneamente y de modo poco evangélico facultades de condena o salvación.
La misión de Pedro como fundamento de la Iglesia es misión de perdón y reconciliación: desatar todo nudo que separa a las gentes, nudos de odio y rencor, nudos de discordia y venganza, nudos de violencia y egoísmo. Quizás por ello los sucesores de Pedro serán pontífices en su sentido primero y literal latino, esto es, hacedores de puentes.
Más aún: contra toda lógica mezquina, Pedro debe desatar nudos que separan y establecer nuevos enlaces santos entre la humanidad, acercar lo que se ha separado, edificar cadenas de liberación y amor, volver a reunir a la luz del Evangelio a los dispersos y alejados...re-ligar a todo aquel que agoniza en su soledad y languidece en el individualismo. En esa sencillez profunda quizás redescubramos el sentido hondo y primordial de eso que llamamos religión.

Pero Pedro también es limitado, y a menudo es prisionero de sus miserias: por eso a veces su vocación de roca se trastoca en piedra de tropiezo y escándalo que tiene mucho de razonabilidad. Pedro también quiere un Cristo que siga sus criterios y caprichos antes que él mismo seguir sus pasos, y se le hace muy cuesta arriba aceptar a ese Dios derrotado, Dios que hace suyo el dolor humano y lo transforma en vida desde el cadalso de la cruz, un Dios alejado de glorias torpes y mundanas, un Dios compañero que reconstruye la alegría desde el sufrimiento más profundo.

Sólo por un momento quitemos el Pedro y ubiquemos nuestros nombres, y en vez de Iglesia supongamos nuestras existencias cotidianas, y allí estará expresado bautismo, camino y misión.
Quizás desde allí podamos confesar con certeza y fuerza a ese Cristo que se nos revela, Hijo de Dios vivo entre nosotros ayer, hoy y siempre)

Paz y Bien

0 comentarios:

Publicar un comentario

ir arriba