Una familia creciente


Para el día de hoy (19/07/11):
Evangelio según San Mateo 12, 46-50


(No iba a resultar nada fácil, ni para Él ni para sus parientes.
Durante treinta años había sido el hijo del carpintero, el joven que conocían de pequeño en la Nazareth galilea y marginal, uno más de la tribu, brazos que sumaban al sustento y a la protección del clan en el que todos se sentían bastante seguros.

Y de repente, salir a los caminos a hablar de Dios como Padre, a juntarse con indeseables, animándose sin ninguna vergüenza a tocar a los impuros, volviéndose santamente irreverente con sabios y doctores desde la autoridad de la verdad. Y los pobres y el pueblo más sencillo lo escuchaban, y confiaban en Él, y lo seguían: en ese joven había algo más que un predicador y profeta ambulante.

Lo que nos señala el Evangelista es por demás explícito, por entre la multitud, su Madre y sus parientes le hacen llegar el mensaje de que querían hablar con Él. Es claro: reclamaban su pertenencia, de algún modo ese Jesús hijo de José y María había enloquecido y perdido sus cabales de modo que se volcaba por entero a extraños, olvidando a los suyos.

Podemos extrapolar esta situación, y descubrir esos rasgos en nosotros. También reclamamos la pertenencia del Maestro a un grupo pequeño, acotado a una institución, una Iglesia, una corriente de pensamiento o a la mera voluntad personal y falsaria de creer que Él es más nuestro que de otros.

Pero todo esquema previo queda trastocado, y el paso que dá Jesús es mansamente revolucionario. Supera infinitamente cualquier limitación biológica, social, cultural, religiosa, de bandera y género: es un tiempo nuevo, tiempo santo, tiempo de familia creciente que se reconoce como tal desde la fraternidad a partir de obrar como lo quiere el Padre y Madre común a toda la humanidad.

Quizás sea complejo expresarlo con palabras tan menores, más la búsqueda de la justicia y la liberación, edificando comunidad desde la solidaridad, casa grande de ventanas amplias y puertas siempre abiertas desde esa fraternidad que nos distingue y constituye.

En cada ser humano podemos entrever a un hermano, a una hermana, al padre y a la madre de Jesús, y cada uno de ellos a la vez se puede transformar a nuestra mirada interior en hermano, madre y padre.
Es el misterio insondable de la ternura de un Dios que es familia, Trinidad santa que nunca deja de amarse)

Paz y Bien

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