Coplas de los exiliados


Sagrada Familia de Jesús, María y José

Para el día de hoy (26/12/10):

Evangelio según San Mateo 2, 13-15.19-23

(Entre nosotros está demasiado arraigada una imagen bucólica de la Navidad: bueyes y burritos cálidamente instalados a los lados del Niño Jesús, un magnífico coro angélico cantando villancicos y sorprendidos pastores santos en tren de fiesta.
Con Noche de Paz como música de fondo, quizás expresemos una necesidad profunda de tranquilidad, de unificarnos frente a tanta dispersión, de mansedumbre frente a la vorágine de los días. No está mal -claro está- poner a los pies de ese Niño nuestros anhelos y angustias.
Pero ese Dios que nos nace se escapa de todo modelo psicológico que pretendamos -aún inconscientemente- imponerle.

La Navidad supone la paz como don y misterio, fruto de la Gracia que se vá tejiendo en la historia desde corazones de mujeres y hombres recreados, un mundo nuevo que glorifica a Dios protegiendo y promoviendo la vida.

El Salvador ha elegido lo que se desprecia, lo que no se vé, lo que se ignora, lo que no es tenido en cuenta para llegar a esa humanidad que ama entrañablemente.
Desoyendo toda lógica, reniega de palacios y tronos, abdica de las comodidades y seguridades de los poderosos para ponerse abiertamente de lado de los amenazados, los débiles, los más frágiles.
Por eso es un Niño que llora su hambre en la noche oscura, que depende de la ternura de su Madre y del cuidado atento de su padre el carpintero.

Parece que no basta un refugio nocturno de animales como cuna del Niño Santo, parto escondido y saludo de pastores marginales.
El prepotente Herodes -homicida dedicado- lo anda buscando porque entiende una grave amenaza a su poder; rara dialéctica de los poderosos que creen en la no-razón del amor como un peligro mayor.

Hay que irse, hay que huir en la noche, partida clandestina y subrepticia sin pedir permiso. Copla triste de los exiliados, emigrando a tierras ajenas para cuidar esa vida pequeña y mínima, bebé santo recién llegado.
La resolución y la entereza de José el carpintero supera las incertidumbres del camino largo, del parto reciente, de morir -un poco- en una cultura distinta, de dejar la tierra natal que los abriga, huyendo de la sombra ominosa de la espada eficiente que siega inmisericorde la vida de los niños pequeños.

Es dable imaginar con cierto grado de certeza esos días en el exilio egipcio: José, María y el Niño mirados -tal vez- de soslayo, el acento los delata. A ello, en la memoria de los pueblos tiende a permanecer a veces lo luctuoso, y los predecesores de esos galileos alguna vez fueron tribus de esclavos, mano de obra barata para Faraón, novel pueblo que sería causa de la derrota del impresionante ejército imperial.
José -siempre entero, siempre justo, siempre manso y entregado a los suyos- trabajando de lo que pudiera además de su oficio: importa el sustento de su esposa y del hijo amado.

Pasa el tiempo, y en los giros políticos -en este caso, la muerte de Herodes- hay un resquicio para el regreso a la querencia; sin embargo reina el hijo de éste, Arquelao, tan cruel y déspota como el padre, y es mejor no volver a Judea. La seguridad está en ocultarse en una aldea galilea de las montañas, Nazareth.

José escucha en sueños la voz del Mensajero: es obediente a la voz de Dios que escucha en su corazón, y es un sabio lector de los signos de los tiempos que le toca vivir, y el Niño -ya hombre- enseñará el rostro misericordioso del Dios del universo quizás desde esa sabiduría que aprendió del carpintero, en los años peligrosos y a la vez cálidos de su niñez.

Por todo ello, la Navidad debería llamarnos a la reflexión, al silencio y a aguzar la mirada interior.
La Salvación se abre paso desde lo impensado, lo que no es tenido en cuenta, lo mínimo, lo frágil.
Y la paz cantada y celebrada en la mejor de todas las noches, implica la inseguridad de estar a merced de los poderosos, de los prepotentes, edificando la vida aún desde la incertidumbre del exilio, dejando todo de lado para estar siempre disponible para quien nos necesita, al igual que el tekton galileo, José de Nazareth.

Nuestro Dios ha descendido del todo a nuestro fango, se ha hecho frágil de tan humano, emigrante de tan cercano, pobre por predilección y está escapando en silencio, de noche y clandestino para que se nos enciendan otros fuegos mejores, esos que no se apagan y que son capaces de abrigar a muchos, sin mirar orígenes ni pertenencias. Fuegos que se alimentan en el día a día, en el rescoldo santo de la familia: Jesús, María y José signo y símbolo de ese Dios que se nos revela Trinitario y bondadoso en cada instante de la existencia.

Fuegos que sólo saben iluminar rostros de hermanas y hermanos)

Paz y Bien

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