Credenciales


Para el día de hoy (22/08/10):
Evangelio según San Lucas 13, 22-30

(La pregunta que le formulan al Maestro -¿Señor, serán pocos los que se salvan?- se corresponde con cierta mentalidad que aún persiste: es aquella que supone que la pertenencia a un pueblo determinado, a una confesión en particular, a una clase específica implica directamente poseer privilegios y preeminencias divinas. Aquí, la pregunta -errónea desde el vamos- expresa esa postura con referencia a la Salvación.

La pregunta es errónea y falaz, es decir, induce a error. Pues -más allá de toda mezquina suposición de privilegios adquiridos- se trata quizás de preguntarnos el cómo de la Salvación, y no el quienes. Y más aún: descubrir la Salvación como don, como misterio, como Gracia y regalo que se nos ofrece.

Entrever por entre la bruma de nuestra ceguera a la Salvación como un don implica ante todo que en este destino de sembradores tenemos por tarea primordial quitar la cizaña del trueque piadoso, del mercado de los méritos, de la captura de recompensas divinas.

Y si todavía no hemos querido darnos cuenta de su gratuidad, basta enfocar el corazón en ciertas palabras que, como faros, nos guían en nuestra oscuridad en el Evangelio para el día de hoy: el Maestro nos revela el misterio de la Salvación mediante términos que remiten a fiesta, a banquete, a celebración.
Es decir, a alegría, a felicidad compartida: la Salvación es personal más no individual y es de índole comunitaria, en donde se comparte la plenitud de la vida junto a un Padre que -literalmente- se desvive por sus hijas e hijos.

Por eso mismo las palabras de Jesús pueden parecer duras: la entrada a la Salvación es a través de una puerta estrecha, e implica un esfuerzo superlativo -dicen los que verdaderamente saben, que ese esfuerzo, esa lucha por atravesar esa puerta se expresa originalmente en griego como agonía...-

Es tan obvio que se nos escapa como arena entre los dedos de la rutina: la gratuidad no supone indolencia, laxitud, relativismo.
Todo lo contrario.
La gratuidad de esa ternura infinita de la Salvación conduce a un cambio raigal y decisivo en la vida, eso que llamamos conversión.

Y esa conversión es agonía, pues hay que presentar batalla contra el peor de los enemigos: el egoísmo.

La puerta es estrecha, y hay que presentar credenciales para poder ingresar al banquete.
Las credenciales no se compran, no son transferibles, no se adquieren en los salones VIP de templos determinados ni, mucho menos, como premio a virtudes formales de piedad ortodoxa vacías de corazón.

Quizás sea tiempo de ir renovando la credencial de acceso, pues probablemente haya caducado.
La credencial de la solidaridad, de la generosidad, de la entrega desinteresada, de la compasión, del perdón y la reconciliación, credencial de socorrista voluntario del caído a la vera del camino.
Credencial de samaritano, para ser más precisos.

Credencial de seguidores, discípulos y hermanos de Jesús, credenciales del mismo color intenso como el corazón que las hace latir.)

Paz y Bien

2 comentarios:

Bloguerosconelpapa dijo...

Gracias por la reflexión Ricardo. Acoger el Amor de Dios, ahí está la llave del Cielo.

Tenemos una encuesta_compromiso de oración en lateral del blog, por si aún no has pasado, y si puedes darle difusión mejor aún. Muchas gracias por tu colaboración.

Un abrazo.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Así lo haremos, Guerrera.
Un abrazo
Paz y Bien
Ricardo

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