Ingenuidades financieras


Para el día de hoy (19/06/10)
Evangelio según San Mateo 6, 24-34

(La ingenuidad no está bien considerada, no mide bien últimamente. Y en el caso de quien esto escribe, no es cuestión virtuosa más tampoco una actitud maliciosa y deliberada: se trata de limitaciones propias, y de incapacidades manifiestas.
Aclarado esto, intentemos proseguir.

Desde esa mirada ingenua, podemos tratar de entender los últimos sucesos mundiales, que no son nuevos ni tampoco inesperados; más aún, animarnos a ir a través de ciertas marañas de falacias que nos van nublando la mirada y que tejen con poco inocente intención las corporaciones multimediáticas.

Nos hablan del déficit de las cuentas públicas de los estados, del crecimiento del riesgo país, de defaults y de bancarrotas casi inmediatas.
Como un salterio pagano de factura tenebrosa, se enumeran con precisión los descensos bursátiles.
El gran trasfondo es la desconfianza de ese ídolo al que se venera con fruición, el Mercado, que será quien dicte los destinos de millones; ese becerro dorado tiene portavoces especializados -por lo general lúgubres- cuyos dictámenes son considerados como dogma y profecía indiscutible.
Son las denominadas calificadoras de riesgo, a las que nadie que pertenezca a este sistema inhumano se atreve a cuestionar.

No se hace la pregunta obvia: si falta tanto dinero, alguien o algunos lo han de tener.
Poco se habla de ineptitudes y complicidades de gobiernos. Menos todavía de aquellos que se enriquecen cuando suceden estas crisis, sabiendo que ellos mismos las provocan, que no tienen otra patria ni otra bandera que la de sus cuentas bancarias, y que son los primeros en exigir "reglas claras de juego" y con descaro "seguridad jurídica".

Al sur del planeta, en esta Argentina que amamos y nos duele, lo hemos sufrido ya en 2001, sangrando aún por varias de esas heridas infringidas. Las mismas aves rapaces atacaron con singular éxito Grecia y van decididamente por otras naciones, especialmente por nuestra España... que es nuestra también no sólo por historia, sino por afectos profundos y por las raíces de muchos de nosotros -padres y abuelos- que descubrimos allí.

Las mismas voces que auguran presentes y futuros ominosos, son las que insisten en que la única salida posible es el ajuste riguroso.
Sin embargo, las cosas deben ser llamadas como son -no con argumentos engañosos o que induzcan a error- y los responsables no son situaciones teóricas o macroeconómicas, ni tampoco ideológicas: detrás hay nombres y apellidos que quizás no se conozcan, y no debe perderse de vista que son siempre el egoísmo y la avaricia la raíz primera de estos males que nos acucian.

El culto orgiástico al dios dinero parece no tener mesura; sin embargo, cada niño hambreado, cada desempleado, cada salario indigno, cada abuelo sin pensión ni protección, cada hospital sin insumos, cada medicina que falta, cada joven sin horizonte es juicio y condena -no siempre silencioso- y no debería dejarnos tranquilos.

Las cosas claras.
Y especialmente a nosotros, nos llega nítida, refulgente, taxativa, con el filo de una espada, la Palabra del Maestro.

-No pueden servir a Dios y al Dinero-

Quizás -sólo quizás- debamos volver corazón adentro y renacer con la certeza de las aves y con la confianza de los lirios del campo. Volar con libertad y florecer porque nos sabemos cuidados por un Dios Padre y Madre incansable.

Nos insiste Jesús con paciencia y ternura a dejar de lado toda preocupación inútil; posiblemente, muchos de nosotros aún no hemos sabido o no hemos querido diferenciar lo principal de lo accesorio. Cuando magnificamos ciertas preocupaciones lógicas pero excluimos de la existencia el obrar silencioso y tenaz del Dios de la Vida -eso que llamamos Providencia- nos volvemos tristes cómplices involuntarios de estos males que a tantos lastiman.

Si por un momento, sólo por un momento, hiciéramos una bella y manifiesta apostasía del falso dios Dinero y volviéramos la existencia a Abbá, Padre de Jesús y Padre Nuestro, sucede el Reino y todo cambia.
El centro se vuelve lo que permanece, y lo que perece tiene destino de olvido.
Buscar primero el Reino y su justicia, implica que aquí y ahora brotará la fraternidad y la solidaridad. Cuando el otro no es sólo un innominado objeto sino que es mi hermano, y mi interés principal es su bien, sucede el compartir la vida, la gratuidad del amor que es esencia misma de Dios.
No es utopía, pues el Reino creciendo humilde y silencioso con la tenacidad de la pequeña semilla de mostaza; si el Reino se anticipa en los corazones, toda preocupación por el mañana queda atrás... Ya no hay necesidad de acumular, sólo la urgencia de la caridad que comienza en el compartir lo que somos y como somos, y desde allí, nadie pasa necesidad.

Hay que decidirse hacia cual orilla navegamos, y si en esa vocación de navegantes y pescadores entran a nuestras pequeñas redes la mayor cantidad de peces. Hay muchos a los que mantener con vida.)

Paz y Bien

4 comentarios:

Sor.Cecilia Codina Masachs dijo...

Tienes mucha razón en tu exposición, no osbstante mal nos pese somos millones que estamos sometidos sólo a unos miles de poderosos. ¡Eh aquí la paradoja! y lo sufriremos hasta el final, con épocas de vascas flacas y de más gordas y tendremos que aprender a vivir cada día como nuevo, para no perder la esperanza.
Un abrazo
Sor.Cecilia

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

¡Esa es la clave, querida hermana Cecilia! No hay mejor manera de expresar la Buena Noticia: cada día es nuevo, la vida se renueva en cada despertar y hemos de rogar que también se renueve nuestra esperanza, a pesar de todo y de todos pocos que hacen tanto daño.
Un afectuoso saludo en el Dios de la Vida para usted y su comunidad
Paz y Bien
Ricardo

Unknown dijo...

De nadar y guardar la ropa hay muchos masters
Y los mejores no los ofrecen precisamente la gente del césar.
En el Amigo, Al + Mc

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Cierto es, amigo mío; hay que andar con cuidado de no pegar el tropezón en las baldosas falsas que van colocando a nuestro paso tanto bienintencionado agente cesáreo.
Paz y Bien
Ricardo

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