El camino de justicia de los hijos fieles


Para el día de hoy (15/12/09):
Evangelio según San Mateo 21, 28-32

(Jesús nos enseña desde la parábola de los dos hijos.

Detengámonos un momento, en silencio, y dejemos que la Palabra cale hondo en nosotros.

Se trata ante todo de un Padre que se acerca a sus dos hijos; no de un patrón que imparte órdenes a sus peones desde su despacho, no. Es un Padre acercándose a sus hijos, es una cuestión de amor filial y no de sometimiento a una autoridad, a un propietario.

Los dos hijos son invitados a trabajar en la viña del Padre.
Uno, directamente se negará -No quiero- dirá, pero luego, arrepentido, se dirige a cumplir con el pedido de su Padre.
El otro hijo aparentemente lo respeta; le dice -Voy, Señor- pero termina quedándose, no vá a trabajar la viña... Y no es dato menor el que lo haya llamado Señor pero no Padre.

El Maestro incita a sumos sacerdotes y a ancianos del Templo a definirse: obviamente, arguyen que quien ha cumplido con la voluntad del Padre es el que ha ido a la viña. Pero esa respuesta es también su acusación y su condena.

Les enrostra que publicanos y prostitutas -normalmente en extremo despreciados- llegarían antes que esos pretendidos sabios al Reino de los Cielos.

Una lectura ligera y escasa de corazón indicaría que Jesús rechaza formación, estudios, culto y piedad. Nada más erróneo.

El hijo que se ha negado, más luego se arrepiente y se encamina a la viña, a cumplir con los deseos del Padre, es el hijo fiel que camina en la justicia, como lo hacía Juan el Bautista.

Caminar en la justicia es ajustarse a la voluntad de Dios, que es Amor, que es Misericordia... Es caminar, a pesar de negarse a menudo, en la voluntad del Padre hablándole con los mismos hechos que enseñaba Juan: compartir los bienes con los necesitados, desechar la corrupción, vivir la sencillez desde la conversión.

No todo el que dice -¡Señor!- entrará en el Reino de los Cielos, como el otro hijo que guardaba las formas pero nada hacía por cambiar y por hacer lo que su Padre quería.

Aún así, ambos son hijos del mismo Padre.
Aún así, pecadores o fariseos, todos somos llamados a la conversión.
Aún así, todos somos hijos de Dios: negándolo a menudo o quedando en la formalidad vacía de hechos de caridad, somos hijos de un Padre que se nos acerca y nos pide -¡nos pide, no nos ordena!- que vayamos a trabajar en su viña.

El camino de la justicia que cambia la faz de la tierra y de este mundo cruel e inhumano comienza en un Dios que se hace Niño, un Niño Santo que será hijo y hermano de todos)

Paz y Bien




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