Un camino a la pureza


Para el día de hoy (13/10/09):
Evangelio según San Lucas 11, 37-41

(Jesús gustaba de sentarse a comer con muchos, y era el momento para enseñar y para incluir lo que ha menudo se dejaba de lado, a personas que socialmente eran despreciadas.
Quizás iba prefigurando la gran cena a la que toda la humanidad, sin distinciones, estaría invitada.
Por eso esa noche aceptó la invitación de un fariseo a cenar: convertiría esa cena en un momento de diálogo fraterno entre dos ¿enemigos?...

Detengámonos un momento en el carácter de los fariseos: eran muy estrictos, organizados y disciplinados.
Cumplían rigurosamente los turnos del día dedicados al trabajo, a la oración y a la formación y al descanso. Se atenían sin correrse ni una coma al cada uno de los preceptos de la Ley; en cierto aspecto, eran admirados por la disciplina de soldados que esgrimían en su vida cotidiana.

Y esto se vé reflejado en la cena a la que fue invitado el Señor: el fariseo, entre extrañado y admirado, se asombra de que Él no cumpla con las abluciones acostumbradas, el rito de purificarse antes de comer.

El Señor embiste contra ello.

No se trata, como en el caso de los fariseos, de la estricta observancia de ritos externos vacíos de contenido.
No se trata, como en nuestro caso, del formal cumplimiento de preceptos y tradiciones en los que no esté puesto el alma: la pura exterioridad conspira contra la Salvación y nos enfermamos de opacidad.

Por eso, el Maestro nos abre el camino de la Vida a través de la recuperación de la pureza.
Un corazón puro -el que será capaz de ver a Dios como Él nos enseñó en las Bienaventuranzas- es un corazón que no reserva nada para sí, que dá y se dá sin otro interés que el del prójimo, sin buscar méritos ni recompensas, por pura gratuidad al igual que su Padre del Cielo.

Esa es la verdadera limosna, dar lo que nos pertenece y más aún, dar la vida, no las sobras, no moneditas que entregamos religiosamente por costumbre, no diezmos de costumbre y mezquindad.
El camino de la pureza se extiende a través de nuestra tierra fértil... Darnos a nosotros mismos)

Paz y Bien


3 comentarios:

Salvador Pérez Alayón dijo...

No cabe ninguna duda que en la medida que te acercas te empequeñeces. Sólo los que están lejos se jactan de suficiencia y soberbia porque no ven las microscópicas manchas que nos delatan y nos descubren nuestras miserias.
Ellos, lejos de la Luz, se sienten inmaculados, cumplidores perfectos, bonachones, hombres de bien y generosos; nosotros, cuando dejamos de ser ellos y nos acercamos sentimos la debilidad de la carne, lo empinado de la renuncia, lo gravoso del olvido de mí mismo, lo imposible de seguirle... es entonces cuando despertamos y sentimos que sólo en su presencia y con su Gracia podemos llegar a renunciar y darlo todo por amor, tal y como lo hemos recibido.
Que el SEÑOR nos conceda la Gracia de vivir el desapego y la generosidad de entregarnos, por amor, al servicio del Amor.
Un fuerte abrazo en XTO.JESÚS.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Es difícil purificarse de tantas miserias! Pero nada es imposible para Aquel que nos dá la vida y por el cual vivimos. Hay que regresar a sus brazos de Padre.
Un abrazo fraterno en Cristo y María
Paz y Bien
Ricardo

Anónimo dijo...

Saberse dar a los demás ese es el gran reto de esta vida, a medida que se aprende, se comienzan abrir los entendimientos, es una lucha que no termina por que el egoísmo y orgullo son los peores enemigos, es necesario fortalecer el camino cada momento, un fraternal abrazo.

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