Monseñor Oscar Arnulfo Romero: no pueden matar la verdad


El 24 de marzo de 1980, mientras celebraba Misa en una capilla de hospital y en el momento del ofertorio, ofrendaba su vida dando testimonio del amor de Dios el padre Obispo Oscar Arnulfo Romero, Arzobispo de San Salvador.
Un certero disparo al corazón de personeros del odio, de integrantes de los Escuadrones de la Muerte pretendió con el espanto y con la muerte acallar la verdad, pisotear la justicia, mutilar la paz.
El padre Obispo era perfectamente consciente de que esto iba a sucederle.
Sin embargo, no retrocedió ni un paso.
Y no hablamos tanto aquí de valentía, sino más bien de Amor. Sí, de Amor con mayúsculas, del Amor de un Dios que se hizo uno de nosotros y que busca siempre a sus hijos extraviados, especialmente a sus hijos que más sufren.


No quiero hablar de horrores: los testigos de Cristo -mártires- acrecientan el Reino de los Cielos con la siembra generosa de su sangre.

Pero el mártir en la muerte y en la vida es como Jesús.
En la muerte, dolorosamente lo sabemos: entrega su vida por el amor mayor, por los amigos.
En la vida, porque tanto Dios nos quiere que testimonia en todos sus actos ese amor infinito del Padre para con nosotros, pero especialmente una defensa sin límites del pobre, del oprimido, del perseguido.... Lloramos la crueldad de su muerte, pero celebramos cuanto bien ha prodigado por estos arrabales del Reino de los Cielos.

El mártir es un regalo para todos nosotros que dá testimonio con su bondad del inmenso cariño que el Padre tiene por todos sus hijos.


El padre Obispo Romero vive para siempre en su pueblo salvadoreño, en estos sufridos pueblos de América Latina y ahora está en brazos del Padre intercediendo por la Paz y la Justicia para todos los hijos de Dios, y para que su Iglesia florezca en compromiso, amor y misión, en fidelidad a los hermanos más pequeños y al Cristo que está en ellos hasta el fin.

Aún falta un tiempo quizás para su reconocimiento oficial, canónico, para que sea incripto en el libro de los Santos y por tanto elevado al honor de los altares.
Pero somos muchos quienes lo veneramos como tal en la intimidad de nuestro templo primero, el corazón.
¡Padre Obispo Romero, Ruega por nosotros!

Paz y Bien

Aquí dejo un pequeño fragmento de su voz de profeta:

2 comentarios:

Salvador Pérez Alayón dijo...

Cuando la semilla muere, da paso a los frutos. Así son los Santos, que con entrega total, aún de muerte, riegan de Gracia, por nuestro SEÑOR JESUCRISTO, al pueblo de DIOS.
Hay momentos que siento verdadera envidia por estar en el lugar de esos hermanos en CRISTO, pero, también, no sé si tendré las fuerzas necesarias para poder enfrentarme a ello. Sin embargo, en el SEÑOR estoy tranquilo y en paz. He compartido muchas veces que no le tengo miedo a la muerte, y hasta espero ansioso, cuando el SEÑOR lo tenga a bien, la noticia de sacar el billete para estar en su presencia. Eso sí, le ruego clamorosamente que me conceda el regalo de verla venir de frente y que no me coja de improviso.
Ricardo, es una bendición tenerte entre mis amigos, y más todavía como hermano en la fe, pues contigo fortalezco, día a día, mi fe en el SEÑOR. Espero que nos vayamos uniendo cada vez más, para sentir la fuerza del ESPÍRITU entre nosotros como un torrente imparable de amor.
Un abrazo en XTO.JESÚS.

Ricardo Guillermo Rosano dijo...

Es muy pero muy necesario recordar a nuestros santos que partieron como mártires no sólo en las causas de su martirio, sino en su testimonio bondadoso, siempre a la escucha del Padre y del hermano. El arzobispo de aquí de Buenos Aires, el Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ, dice veraz y bellamente "los santos son como los oídos de Dios, uno para cada necesidad de su pueblo". Y por esa vereda debemos transitar. Hermano, yo también agradezco al Padre Bueno tu fraternidad y tu amistad, que hacen que este mínimo trabajo cobre sentido por un lado, y por otro, que nadie puede andar solo...Siempre va con los hermanos. Que el Espíritu de Jesús te siga iluminando y engrandezca cada vez más tu alma generosa y la de los tuyos. Un abrazo fraterno en Cristo y María. Paz y Bien. Ricardo

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